Memorias de una aventura a pié

En 1987, un profesor y 05 estudiantes de artes escénicas de la UNIVERSIDAD DE LOS ANDES, se propusieron hacer una caminata desde Mérdia hasta Caracas. Lo lograron en solo 18 días, venciendo obstáculos y mil penurias. Venezuela no se enteró, porque nadie les creyó.Yo, Juan Carlos Contento García, soy uno de los protagonistas y sobrevivientes. Aquí están mis memorias, guardadas por más de 20 años.
No olvide ir al capítulo I. Gracias por su visita.

16/12/08

Capítulo IX. Llegada y regreso

7 de agosto de 1987.

5:30 AM. Con las maletas hechas, estábamos sentados frente al gimnasio, a la espera del patrullero que no tardó mucho en llegar. Como era costumbre, dimos inspección a todo el equipaje: implementos y medicinas. Por último, nosotros.

Félix debía guardar otro día de reposo. Seniel estaba en buenas condiciones. Alexander también lucía bien. Wasim se preocupaba por unos calambres que lo acosaban. Solo faltaba yo, que seguía herido, pero aún así, gracias a Dios podía caminar.

-Muchachos ¿Hacia donde vamos? –preguntó el vigilante.
-Llévenos hasta la salida de la ciudad, pero antes a un sitio en donde podamos desayunar.
-¡Entendido!

Así lo hizo. Nos llevó hasta una estación de servicio que permanece abierta las 24 horas del día. Allí probamos el primer pan. Luego, nuestras manos se anudaron para sentir en una sola la victoria y la gloria que profesaba nuestro grito. En verdad así fue que todo sucedió. Cada paso me trae un recuerdo, cada recuerdo me trae un paso. Cuando cae por mi frente una gota de sudor, también me recuerda que muchas como ella cayeron en agosto de 1987. Algunas veces pienso en que me gustaría volver a vivir algo así.

De Guanare partimos aquella mañana, rumbo a nuevas penas y alegrías, aunque francamente puedo decir que no hubo nada malo, porque hasta la sangre, las lágrimas y el hambre fueron benditas.

Muchas fueron las metas alcanzadas a partir de aquel día. Se sumaron lindos recuerdos, que se grabaron como relieves en nuestros corazones para evocarlos día y noche.

En Ospino dormimos el cansancio del 7 de agosto, en la escuela granja, con la admiración y el cariño de los niños que allí estaban en un plan vacacional. Ellos nos prometieron que dirían un no rotundo a las drogas. Mantuvimos una sencilla pero amena reunión con el comandante policial de aquel lugar, quien nos manifestó todo su respaldo.

En Acarigua, bella ciudad, disfrutamos de la inigualable hospitalidad de nuestra compañera y amiga Mélida Suárez. Estudiaba actuación con nosotros en Mérida. Ahora estaba en casa, disfrutando de sus vacaciones. El almuerzo ofrecido fue maravilloso, suculento y abundante, tal como el amor que nace de su corazón.

Otro corazón grande fue el que vimos en San Rafael de Onoto. La estadía fue auspiciada por el Alcalde del pueblo. Recordamos una magnífica cena, con música llanera incluida. También nos condecoraron (única vez) entregándonos unos diplomas de honor, que por cierto, olvidamos empacarlos y se quedaron en el dormitorio.

Como todo no puede ser armonía, en San Carlos, Cojedes, fuimos vejados por una oficial de la policía, cuando acudimos al comando y solicitamos hablar con el comandante. Nos dijo que no parecíamos estudiantes, sino malandros, y que de ninguna manera nos alojaría en “su” comandancia. Negó la presencia del Coronel. Luego la arrestaron (qué bueno) Fue Defensa Civil, otra vez, la que nos salvó la vida aquella noche.

El Director de la institución, en persona, nos buscó y llevó hasta el alojamiento. No solo nos dieron alimentación; además de esto, nos entregaron una caja con las medicinas que más necesitábamos. Mayor sorpresa fue, al día siguiente, ver un vehículo de Defensa Civil, como segundo escolta. Nos acompañaron hasta la siguiente meta: Tinaquillo.

El mejor recuerdo de Tinaquillo fue la generosidad del Cuerpo de Bomberos. Allí cambiamos de patrulla. Nos recibió un vigilante de Tránsito del Estado Carabobo. Mi herida comenzaba a cerrarse.

Aquel día también fue memorable. El patrullero que nos fue a buscar a Tinaquillo, que tenía la misión de escoltarnos hasta la comandancia policial de Valencia, nos dejó botados, en pleno Campo Carabobo. Detuvo la patrulla, bajó nuestro equipaje y se fue. Nos quedamos en plena carretera, mirándonos con asombro y en completo silencio.

Gracias al ejército y a la policía de Campo Carabobo, pudimos arribar a nuestro destino. En Valencia permanecimos dos días. La Dirección de Política de la Gobernación nos dio autorización para comer en El Modena...exclente restaurante. Fue la primera vez en toda la marcha que comimos tan sabroso, abundante y seguido. No quiero recordar el monto de la factura. En Valencia celebré mi cumpleaños número 19...caminando.

Muy dura fue la etapa hasta Maracay. Verdaderamente extenuante. La autopista parecía interminable. Fue un día muy soleado. Wasim volvió a llegar de primero. Luego caminamos hasta La Victoria, para llegar a Paracotos. Allí tuvimos otro rato para compartir con nuestros amigos de la Policía. Nos recibieron con agrado y generosidad. Esa noche en Paracotos fue extraordinaria. Recuerdo que luego de la cena, dimos un paseo por la plaza. Hacía frío y había algo de neblina, que hacía un efecto extraordinario sobre la luz de los faroles...¡Qué mágico!

Llegó la tan esperada mañana: La última etapa. Salimos de Paracotos a las 6:15 AM aproximadamente. Algo había de diferente ese día...se sentía en el ambiente. Caminamos por rectas y curvas, subidas y bajadas, hasta que pudimos divisar a lo lejos el sueño de 18 días: la Gran Caracas.

Aún faltaban varios kilómetros para llegar, pero en cuanto la vimos, no pudimos evitar gritar de la emoción. Nos sentimos muy felices. Para ese momento, Félix ya venía caminando con nosotros.

Luego de un tiempo y miles de pasos, llegamos a la bajada de Tazón. allí me fallaban las fuerzas. Caí tres veces, pero me volví a levantar, ayudado por un suero de zanahoria que me hicieron beber mis compañeros. Me sentía mareado. Cuando entramos a Caracas, todo cambió.

Vi cómo llegaban motocicletas de tránsito y la policía, para hacernos compañía y escolta. En total conté 12 a la izquierda y 12 a la derecha... 24 motocicletas haciéndonos una calle de honor. También se sumaron dos autos patrulla y hasta un helicóptero de la Policía Metropolitana se acercó a ver la novedad. El recorrido se hizo más interesante. Felicidad, euforia, júbilo y todo lo que se asemeje, fue lo que sentimos en medio de aquellos pasos que parecían una marcha hacia la cima del mundo.

Los autos se detenían súbitamente. Los conductores y pasajeros nos observaban con mucha curiosidad. Algunos chocaron. Lamentablemente los medios masivos de comunicación no nos habían apoyado mucho. Por tal motivo, el público no conocía lo que estábamos haciendo. Nos preguntaban que si era una competencia, que si éramos presos redimiendo una condena, que si se trataba del pago de alguna promesa...en fin.

Este conjunto de emociones aniquiló por completo todo nuestro cansancio. Como por arte de magia, nos sentimos con una fuerza extraordinaria. Avanzamos a paso de vencedores. Qué fascinante era ver a nuestros amigos de la policía deteniendo el tráfico para que pasáramos nosotros, con nuestra gran caravana de escoltas. Calle tras calle llegamos hasta una pendiente, que era recta. Conquistamos la cima y allí estaba...El Palacio de Miraflores.

Cuando estuvimos frente al palacio, brincamos de la alegría, gritamos ¡Victoria y Gloria! Nos abrazamos y, si no me falla la memoria, creo que hasta lloramos.

Luego de que pasó la efervescencia del momento, los periodistas que allí estaban nos preguntaron lo que estábamos haciendo y al escuchar nuestra respuesta soltaban carcajadas. Sus risas fueron peor que pedradas. Ninguno quiso hacer ni una miserable reseña del acontecimiento.

Nos recibió un capitán de la Guardia de Honor. La meta era hablar con el Presidente Jaime Lusinchi. Él no nos atendió porque estaba muy ocupado, resolviendo el problema del barco de guerra colombiano que había entrado en aguas del Golfo de Venezuela. Nos refirió a la Comisión Contra el Uso Ilícito de las Drogas (CONACUID). Allí nos entrevistamos con el doctor Bayardo Ramírez Monagas y mantuvimos una agradable conversación.

Posteriormente, nos llevaron al Llanito, a la comandancia de Tránsito Terrestre, donde estaba la oficina del General (GN) Domingo Antonio Rojas García, padrino de la caminata. Una vez en el lugar...

-¡Hola muchachos! Qué bueno que ya llegaron...¡Pasen!
-Fórmense aquí al frente y déjenme verlos.

Así lo hicimos. El General fue saludando, con fuerte apretón de manos, a cada uno de los caminantes. Hasta nos paramos firmes ¿Qué tal? Luego se sentó y preguntó:

-¿Quién llegó primero?
Respondimos...
-Todos llegamos al tiempo, General.
-Déjense de hablar mierda. Alguno llegó primero...¿Quién fue?

Para complacer su petición, le dijimos que fue Wasim; total, el se lo ganó.
El General se rió, se levantó de su silla, le dio otro apretón de manos a Wasim y le dijo:

-Tu eres doblemente vergatario ¡Te felicito!

Luego nos presentó al comisario Pulido, su ayudante. Le dio instrucciones para nosotros. Pulido nos pidió que lo siguiéramos, luego de despedirnos del General. Nos asignaron una buseta de tránsito, con un chofer a nuestra disposición durante tres días. Fuimos alojados en el comando de Puente Hierro, junto a los vigilantes de Tránsito. Dormimos en su cuadra y comimos en su comedor.

Visitamos canales de televisión para dar a conocer nuestra historia. No nos recibieron. No nos creyeron. Los dos canales más grandes de aquella época nos cerraron sus puertas. Nuestra historia tuvo un breve espacio en televisión gracias al canal del Estado, y a la entrevista que nos realizó el amigo Max.

Esos tres días en Caracas los dedicamos más que todo a hacer diligencias informativas, pues queríamos gritarle al mundo lo que nadie quería creer. No hubo mucho esparcimiento, como en algún momento lo soñamos, pues se había acabado el dinero. No teníamos ni medio. Soñamos con volver a Mérida en avión. Una gran rueda de prensa a nuestra llegada ¿Por qué no? Pero una vez más los sueños distaron mucho de la realidad.

Pulido nos mandó con un vigilante al terminal del Nuevo Circo. El patrullero detuvo, a la salida, los buses que iban para Mérida. Montaba a un caminante en cada autobús, en intervalos de media hora, diciéndole al chofer “Llévate éste”. Muy tarde nos dimos cuenta de la artimaña, pues el General había entregado dinero a un funcionario para que nos comprara el pasaje, pero se perdió...¡ Que carencia de progenitora!...Sigo buscando la clasificación de este roedor.

¡Qué ironías tiene la vida! Me dije cuando caminaba por el pasillo del autobús que me asignaron. Estaba lleno; por lo tanto no había ni un puesto disponible. Me devolví a la parte delantera y le pregunté al chofer que si podía viajar allí, parado. Dijo que no había problema, y que así le podía servir un cafecito de vez en cuando.

Ya era de noche. Veía pasar los kilómetros, en la carretera que conquistamos a fuerza de pié. Ahora la volvía a recorrer, de regreso y parado en un autobús. Me perdí en los recuerdos. Sentí nostalgia. Me hubiese gustado que ese viaje de regreso sirviera para comentar con mis compañeros todas esas reminiscencias, acumuladas día tras día.

En aquella época todavía existía la peligrosa ruta de autobuses por la carretera del páramo. En la subida de aquellas montañas el autobús se recalentó. Me ofrecí de voluntario para buscar agua en una quebrada que se veía a escasos metros de donde estacionamos. Mi sorpresa fue reconocer aquel riachuelo...fue el mismo de donde tomé una piedra, que llevaba como trofeo y recuerdo, en mi maletín... ¡Cuánta nostalgia!

Amaneció y llegamos a Mérida. Ahora sí me sentía destrozado. Mitad cansancio y mitad tristeza. Cuando bajé del autobús no sabía qué pensar. Me sentía tan débil que mi mente me jugaba unas malas bromas. Llegué a pensar que había muerto y que yo era un fantasma. Luego pensé que estaba soñando y que despertaría en la cama de alguna comandancia policial. Aún así, tomé la buseta para ir a casa.

Cuando llegué me recibió mi hermano. Estaba solo. Me abrazó y felicitó. También me dijo que me veía terrible...y era verdad. Estaba quemado y había perdido cerca de 20 kilogramos de peso, en solo 18 días.

Entré a mi habitación y me desplomé sobre mi cama. De allí en adelante no recuerdo mucho. Solo sé que dormí días y noches, despertando para comer; luego volvía a dormir. En eso pasó una semana. Ya me sentí mucho mejor. Recordé que mis compañeros me contaron que nos habían robado la cámara fotográfica. Se habían perdido todas las evidencias gráficas de nuestra caminata. Me detuve a pensar en que sería injusto que toda nuestra historia se esfumara.

Haciendo caso a mis pensamientos, tomé un cuaderno y sentí unas ganas inmensas de relatar todo lo que había sucedido, para que quedara constancia de nuestra batalla y triste victoria. La gloria radica en el hecho de saber que, seguimos los pasos de Simón Bolívar, sólo que él lo hizo a caballo y nosotros a pié. La nuestra fue otra campaña admirable. La diferencia fue que para los caminantes de Mérida no hubo Tedeum.

Gracias por caminar conmigo.
¡Victoria y Gloria!



Diario de Caracas. 24 de agosto de 1987.

15/12/08

Capítulo VIII. El milagro

06 de agosto de 1987.

Evidentemente se hizo cierta la suposición de Alexander. Nuestro escolta se presentó en el lugar a la hora señalada. En su trato y buena voluntad quedaron enmarcados el buen servicio y amor a su trabajo.

-¡Ahí viene! – gritó Wasim.

Estábamos sentados en el mismo banco de madera. Discutíamos lo que habría de acontecer de ahora en adelante. Intervino Alexander...

-¿Sacaron todas las maletas?
-¡Sí! todo está listo.

Supimos que algo cambiaba de allí en adelante. Lo sentimos cuando al gritar faltó una mano...la de Félix, que sentado en el asiento trasero de la patrulla nos miraba un tanto melancólico e inconforme por lo que le había sucedido y, tal vez, sintiéndose culpable por haber roto la cadena de cinco eslabones y, que a pesar de todo, todavía existía.

-¡Victoria y Gloria!

No todos los fuertes vientos que soplaban sobre nuestro ánimo estaban en contra. Aquel inolvidable seis de agosto logramos partir, tal y como lo habíamos planeado: en la madrugada, protegidos por la frescura de la suave brisa. La oscuridad reinante no dejaba ver las grandes extensiones que recorreríamos; solo unos cuántos metros adelante.

Los primeros kilómetros, como siempre: el paso más largo y en completo silencio. Comencé a preguntarme si podría resistir. Llevábamos unos cuantos metros y ya me estaba doliendo la herida de la planta del pié. Me costó reconocer que solo un milagro me permitiría llegar hasta la meta de ese día. Por tal motivo, dejé todo en manos de Dios y me encomendé a la Virgen de Coromoto.

Marchando al compás del canto de los grillos y de animales nocturnos se empezaron a trabar las primeras palabras...

-¿Qué le pasa a Wasim, por qué se fue adelante? – preguntó Alexander
- No sé – respondí.
-¿Alguien discutió con el?
-Yo no tengo nada que ver
-¿Seguro? Mira que ayer estuvieron a punto de pelear.
-No. Me incomoda a veces pero no es mi intención llegar tan lejos, y francamente no creo que él tampoco quiera.
-¡Qué raro!
-Yo no me preocuparía. Son momentos en que un hombre choca contra sí mismo y quiere estar solo. Déjenlo. Está terminando de crecer, al igual que ustedes, manada de muchachitos.
-Es cierto lo que dices, Alexander – respondí - Me sucedió bajando de Santo Domingo...¿Lo recuerdan? Por eso pienso que es bueno lo que estamos haciendo, porque uno se prueba y se encuentra a sí mismo y con su fantasma también. Es como ser emisario de una gran lucha; como llevar en la sangre el orgullo de ser soberanos y libres. Es aceptar y vencer un reto. Es sentirse parte viviente del universo, cuando bebemos tragos de agua, en una quebrada. Es saber que no hace falta llevar la misma sangre para ser hermanos...y ustedes lo saben muy bien; cada una a su manera, pero lo saben.

Cuando el alba despuntó al oriente, habíamos dejado atrás aquel pueblo. Paso tras paso veíamos cómo la hierba quería apoderarse del color violeta, tras ser cubierta por el madrugador rocío y recibir los primeros rayos del sol.

El mugir del ganado, los silbidos de los arrieros y el canto de los ordeñadores, daban la esencia del lugar.

-¡Miren!..no hay señales de Wasim – dije.
-Yo tampoco sé qué busca con esa actitud. – respondió Seniel.
-Creo que lo único que quiere es caminar solo por el día de hoy.
-¿No se han dado cuenta?
-¿De qué?
-Observen el cielo. Vean las nubes oscuras...parece que de nuevo habrá chapuzón gratis.

-Eso ni lo pienses...¿Recuerdas lo que significa caminar con la ropa mojada?
-¡Claro que lo recuerdo! Y más vale que hagan memoria ustedes también. Creo que en menos de un kilómetro entraremos en la tormenta.

-Dije estas últimas palabras con el propósito de sacar un poco más de valor. Caminaba, sí, pero no como mis otros compañeros. Cojeaba un poco y me esforzaba en no separarme de ellos.

-¿Quieren tomar un poco de agua?

Fue el grito que de súbito escuchamos detrás de nosotros. Era Félix, que por un poco de mala suerte nos privaba de su presencia marchante, pero se hacía sentir con otra, ahora como auxiliar de caminata.

-¡Claro que la queremos amigo!

Entonces apuró el vehículo para descontar los metros que nos separaban.

-¡Aquí tienen...disfrútenla! Si quieren suero solo háganme una señal.
-¡gracias amigo! Te portas bien.
-Es mi deber, ahora que no puedo caminar. Pero tranquilos, esto durará solo un par de días. Pronto estaré de nuevo caminando con ustedes...¡Escríbanlo!

Cuando guardábamos la garrafa vacía empezamos a sentir las primeras gotas de lluvia. No hubo nada que decir al respecto. Nada más nos correspondía seguir caminando; después de todo ya era costumbre.

Poco a poco se fue mojando nuestra ropa, hasta estarlo por completo. Mis cotizas empezaron a pesar y sucedió algo que me hizo frenar: el agua había atravesado los vendajes hasta tocar mi herida, haciéndome sentir un intenso dolor. Apenas podía soportarlo. Sentí como si me hubiese insertado un clavo en la planta del pié.

-¡Ay, por Dios muchachos!...¡Paren!

Me miraron sorprendidos y me sujetaron, preguntándome al instante:

-¿Qué te pasa Juan?
-Es que tengo agua en la carne viva y me está mortificando.
-¿Crees poder seguir?
-Podré si ustedes me ayudan.

No sé que pasó. Dolía mucho. Ellos me ofrecieron sus hombros para apoyarme. Era la primera vez que cojeaba de esa forma. Cada paso era más y más doloroso. Gracias a Dios que ellos estaban allí. Seniel a mi izquierda y Alexander a mi derecha. A simple vista un cuadro muy desalentador. Me llevaban casi arrastrando y aún recuerdo cómo retumbaba en mis oídos la corneta de la patrulla, que hacía sonar el vigilante para detenernos, además de gritar:

-¡Por Dios muchacho, párate ya!

No quise hacerlo. Sabía que había llegado el momento de vencerme a mí mismo. Para entonces, ya mis ojos empañados dejaron caer las primeras lágrimas. Mis piernas se quisieron dormir debido a los calambres y mis gotas de sudor se habían tornado frías. Nunca antes en mi vida había experimentado algo así.

Es una situación en la que el dolor le quiere robar al hombre toda su fortaleza, para convertirlo en presa fácil de las circunstancias. Allí no acaba el hombre. Por eso se ha ganado su posición en este mundo.

En aquellos segundo, minutos o siglos, vinieron a mi mente muchos recuerdos. Miles de pensamientos e imágenes que terminaron por devolverme allí...a la cruda realidad. En una de mis vaivenes mentales sentí un hilo de alivio, cuando pude fijar mi mente en Dios. Elevé en silencio una oración. Me sentí muy cerca de Él, olvidándome de mí en esos momentos, cojeando y con los ojos cerrados.

Fue un kilómetro o más el que tuve que seguir para que sucediera lo que ahora estoy seguro fue un milagro: sentí un calor repentino a lo largo de todo mi cuerpo y el dolor se fue calmando progresivamente, hasta que desapareció. Pude entonces dar un paso tan firme como el de mis compañeros...seguí caminando. Escuché un grito:

-¡lo está haciendo! ¿Escucharon? Está caminando otra vez.

Fue Seniel el que no pudo contener la alegría. Miré hacia atrás y vía al patrullero junto a Félix, en el auto. Esbozaron sendas sonrisas que pronto se convirtieron en carcajadas. Qué gran experiencia y mayor recuerdo.

12:34 PM. El tiempo había transcurrido lo necesario para dejar aquella novedad una hora atrás. Nos acercábamos a la entrada de la vía que conduce al santuario de la Virgen de Coromoto.

-Mira Seniel – referí. Allá hay dos personas, frente a esa casa. Vamos a ver si tienen agua fría.
-Está bien, pero recuerda que no podemos detenernos por mucho tiempo.
-Tranquilo, compadre. Será un trago nada más.

Apretamos el paso y llegamos hasta ellos. Hablaron primero:

-¡Vienen punteando! ¿Es una competencia?
-No amigo. Es solo una marcha.
-¿De qué?
-Venimos en una campaña contra las drogas, a través del deporte.
-¿Ustedes son drogadictos?
-¡Claro que no! Solo queremos decirle a todo el que nos pueda escuchar, que caminar es más saludable que fumar marihuana o consumir cualquier otra droga....y ya no preguntes tanto. Nos detuvimos para ver si nos pueden dar un poco de agua fría.
-¿Agua? Enseguida se la traigo. Está muy fría.

Aquel hombre corrió unos pocos metros, entró en la casa y cumplió con nuestra petición. Bebimos placenteramente, sintiendo nuevas energías en cada gota de agua.

-Mira Juan Carlos...allá viene el Gorditus Mandonis.
-Qué mala suerte tiene ese pobre hombre...no le quedó nada de agua.
-Aún tiene la de la patrulla, aunque caliente. Esperémoslo para seguir con él.

Era un gran alivio estar tan cerca de la meta. Lo supe al llegar a la entrada que conduce hasta el recuerdo de la aparición de nuestra querida Patrona, y dije muy dentro de mí: “A ti te debo este día”...¡Salve Reina!

Seguimos andando hasta ver a Wasim, sentado cerca de un puente. Era la entrada a los predios de la ciudad. No dije nada. Muy callado soportaba los últimos dolores de aquel día, mirando mis sombra, como queriendo pisarla a medida que avanzaba, hasta que tuve frente a mí, aquel aviso que decía: “Bienvenidos a Guanare”.

¡Gracias a Dios y justo a tiempo! Pensé luego...si así es la alegría que sentiré al llegar a Caracas, mejor me apuro. Ya el cansancio me había hecho su presa por completo. En cuanto terminé de cruzar el puente todo se tornó oscuro. Caí estrellándome contra el asfalto. Fue algo así como no saber nada. Fue solo un instante. Mis compañeros me auxiliaron en medio de una gran preocupación. Se calmaron cuando me escucharon decir, sonriente y con los ojos cerrados ¡llegamos, llegamos!

Horas después, en el albergue del Instituto Nacional de Deportes (IND), sentado en una litera, veía cómo la sangre fluía cuando quitaba el vendaje desarreglado que cubría mi herida. Qué bueno que los muchachos no vieron eso, pues se estaban bañando. De lo contrario no me hubiesen dejado continuar, así que mantuve el pié oculto bajo una toalla, hasta que todos se vistieron y dijeron:

-¡Anda báñate! Te esperamos afuera.

En este preciso instante, años después, sigo creyendo que debí estar loco, como dijeron mis amigos en cuanto se enteraron.
Luego de la ducha fuimos a almorzar, cortesía del IND de Portuguesa. Necesitábamos algo de dinero para nuestras provisiones. Decidimos que lo buscaríamos acudiendo a los comerciantes.

En el restaurante, mientras comíamos me hicieron un interrogatorio:

-Juan Carlos ¿Te sientes bien?
-¡Muy bien!
-¿Estás seguro?
-¡Claro que sí!
-Entonces ¿Por qué te caíste hoy al llegar a la meta?
-Tropecé.
-¿A quién quieres engañar? Ya sabemos que estas muy mal.
-¿Y qué tiene de extraño? ¿Acaso ustedes no se sienten mal?
-No amigo, no se trata de eso. Solo queremos saber si seguirás caminando.
-¿Qué piensan? ¿Qué no lo podré hacer? ¿me lo van a impedir? Sepan algo...¡Llegaré hasta Caracas así sea arrastrándome!
-Mira hermano...en realidad no sabemos qué es más grande: tu terquedad o tu valor, pero sigue intentándolo.

Otro recuerdo de aquel día fue haber conocido a la selección juvenil de voleibol que se encontraba haciendo prácticas en el gimnasio donde nos hospedaron. Pronto enfrentarían a la selección del Táchira. Fue ese grupo de deportistas el que escuchó nuestro mensaje aquella noche. Misión cumplida por este día.

11/12/08

Capítulo VII. Primera baja

5 de agosto de 1987

4:00 AM fue la hora acordada para levantarnos y llegó. Nuestro jefe se dio prisa para darnos los buenos días, luego de despertarnos con mucho cuidado, casi en silencio, para no perturbar a los agentes policiales que se encontraban durmiendo con nosotros, luego de haber cumplido con rigor su respectiva guardia.

Alexander refirió...
-No hagan ruido.
-¿Qué hora es? – pregunté.
-La de ponerse de pié...las cuatro.

Félix fue el segundo en abrir los ojos, luego Wasim, y por último, como de costumbre...Seniel. Cada despertar era distinto, de variados ambientes, colores y rodeados de nuevos amigos. Distintos también fueron los tramos que nos correspondía caminar día a día. Siempre representó una dura prueba, como un gran desafío a la naturaleza. Conocíamos los riesgos de la deshidratación, insolación o cualquier otro enemigo.

Gracias a Dios, nos mantuvimos siempre en pié, a pesar de nuestras heridas. Félix y yo estábamos lastimados. Los tres restantes, tenían ampollas en su rostro, producto del vapor de la carretera...apenas era soportable.

¿Porqué lo hacen? ¿A caso les gusta sufrir? Eran las preguntas que a diario encontrábamos en cada lugar. Otros nos veían como un grupo de renegados locos, suicidas. Hasta de marihuaneros nos calificaron. No importó. Todos estábamos concientes de lo que queríamos comunicar a través de nuestro esfuerzo, en una actitud siempre combativa hacia el vicio. Por otra parte, los que éramos creyentes, ofrecíamos el sacrificio como queriendo pagar una promesa por adelantado. Se sentía como tener una línea de crédito abierta, en el cielo...¡Qué ocurrencias!

Nunca pretendimos sentirnos superhombres. Por el contrario, cada vez que alguien nos escuchaba, le decíamos que si había soñado con algo, debía seguir adelante hasta hacerlo realidad.

La madrugada era fresca y seguía su rumbo hacia la claridad total de la mañana. Nosotros nos preparábamos para continuar el nuestro. Acordamos salir muy temprano, porque allí, en el Llano, las temperaturas altas se presentan antes del medio día, para mantenerse casi hasta el ocaso.

Nuestra próxima parada, según el mapa de ruta sería Boconoito, un pequeño pueblo, que veríamos después de otro arduo día de caminata. Alexander rompió el silencio...

-Saquen todo y pónganlo en la entrada, mientras llamo a Barinas para que nos envíen la patrulla.
-¡Listo! – Respondí en el acto.
En la oscuridad de la habitación buscábamos nuestras pertenencias y la caja de las medicinas para trasladarlas hasta la entrada, donde llegaría la patrulla de la Inspectoría de Tránsito, que al igual que el día anterior, cobijaría nuestra marcha.

Todos reunidos, afuera, menos Alexander, se preparaba a su manera. Wasim hacía ejercicios, sentado, para calentar y estirar las piernas. Félix y yo optamos por los masajes. Seniel se reclinó en una silla para tomar la siesta del estribo...¡Cómo le gustaba dormir!

Mi buen amigo Félix se sentó a mi lado, como queriendo comentar algo, pero no lo hizo. Creí adivinar lo que pensaba... exactamente igual que yo. Nos hacíamos los desentendidos de lo que padecíamos, como si nada hubiese pasado, y juntos, en silencio, nos formulábamos las mismas preguntas...¿Podré llegar? ¿Hasta dónde seré capaz de caminar? ¿Tendré que volver a casa como un perdedor?

El descanso, combinado con algunas medicinas nos traía fuerza y algo de alivio, pero seguía doliendo. En esas condiciones no éramos ninguna garantía. Cada día buscábamos algo en qué confiar. Algo que había que mirar, recordar o tocar para sentir nueva vida, cuando las fuerzas nos fallaban a mitad del camino. Aquel nuevo día, yo deposité mi confianza en mis nuevas cotizas, diciéndome: “Con este par de algodones hasta los muertos caminan”.


Félix, por su parte, dejó todo en manos de los vendajes que había colocado en su tobillo inflamado...su gran problema.

-¿Qué hora es? – preguntó Wasim. Miré mi reloj...
-Las cuatro y cuarenta y siete.
-¡Cómo tarda esa patrulla!
-Es cierto – respondí. Según escuché, de Barinas hasta aquí no se tarda más de media hora.
-Es extraño que el vigilante no haya llegado aún.
-Para salir de dudas, vamos a preguntarle a Alexander qué pasó con la llamada; ojalá que no se haya contagiado de Seniel y esté durmiendo también.
-No lo creo...pero ¡Vamos!

Justo cuando nos poníamos de pié, salió Alexander y lo interrogamos...

-Mira Gorditus Mandonis...¿Llamaste?
-¡Uf! Hace largo rato.
-¿Qué pasó con la patrulla?
-Es difícil saberlo. Mejor vuelvo a llamar.

No quedó mas remedio que aguardar sentados. Los minutos volaban y nuestra ansiedad crecía. De nuevo salió Alexander para decirnos:

-Muchachos, volví a llamar. El Inspector dijo que ya lo habían enviado.
-¿Entonces?
-Pues no lo sabemos. Lo único que podemos hacer es esperar.
-Si seguimos aquí nos van a salir raíces.
-¡Cálmense! Yo se que todos querían salir temprano.
-¡Claro que sí! ¿O es que te gusta el sol de las diez?
-No, a nadie. Estén tranquilos, por favor. Pronto llegará.

De verdad que estábamos inquietos y la situación era muy desconcertante. Lo peor de todo es que habíamos perdido la frescura de las primeras horas de la mañana, que eran las mejores para avanzar todos los kilómetros posibles. De tanto esperar, nos quedamos dormidos. Cuando desperté, vi mi reloj y eran casi las ocho de la mañana. No pude evitar reírme, cuando imaginé la cara de mis colegas al ser despertados; sobre todo Wasim, que era un polvorín. Me arriesgué...

-¡Vamos bellos durmientes! Arriba, o ¿Quieren que les de un beso?
-Ya sabía yo que esto iba a pasar – dijo Wasim, en medio de un gesto de desagrado.

Todos manifestaron su descontento por el retraso ¿Culpa de quién? No sabíamos; por eso la situación se tornaba cada vez más y más incierta. El hombre inventó las excusas. Con nuestro amigo de Tránsito llegó una muy buena, para justificar su tardía venida. Se presentó en el lugar a las 8:30AM, en compañía de una hermosa dama, como copiloto. Desmontó del auto, con una gran sonrisa que nos pedía disculpas a gritos, y rompió el silencio diciendo:

-Menos mal que ya llegamos, porque la patrulla se dañó en el camino, pero la pude reparar...¡Vamos pues!

Preferimos reservarnos la opinión, intercambiando miradas graciosas, sabiendo que la presencia de la chica era el documento viviente que daba fe de lo que había ocurrido. No lo culpamos; por el contrario, lo felicitamos por su buen gusto y buena suerte. En un segundo olvidamos las contradicciones e impregnados de picardía, colocamos el equipaje en el baúl de la patrulla.

-¿Todo listo?
-Todo.
-Entonces ...¡Vamos!

Ante la mirada curiosa de todos los presentes, y con suficiente energía gritamos...¡Victoria y Gloria! Este grito nos proveía una gran coraza, al sentir nuestras cinco manos juntas, haciendo un sólido nudo, símbolo de la unión y la fortaleza. Ëramos los cinco mosqueteros, como algunos nos llamaron, iniciando una nueva ruta, incierta pero interesante, porque a cada paso, kilómetro y día se veía y aprendía algo nuevo y también se ganaban nuevos amigos.

Dimos la vuelta a la plaza, para hacer nuestra acostumbrada salida, sintiéndonos felices y con una gran inquietud. Habiéndonos adentrado en la vía, dejando a Barrancas a unos pocos kilómetros, otra vez ese lindo misterio acogedor al que llaman Llano, nos servía en finas bandejas sus mejores escenarios, para adornar nuestra marcha, para distraer el cansancio y hacer aflorar mejores pensamientos.

Era un verdadero banquete visual, que traía en el viento lindos sueños, buenas promesas y las más halagadoras caricias. Todo esto se puede apreciar y sentir cuando se ama a la naturaleza y se siente viva, allí, tan cerca de nosotros, como la inseparable compañera de cada día. El dolor y el cansancio se soportan cuando se entienden como parte de ella; Fue algo de lo que aprendí en los 18 días de aventura.

Algo nuevo nos llamó la atención aquel día. Se dejaban ver los extensos cultivos de sorgo. Con sus espigas rojizas hacían una majestuosa combinación con el verde de la vegetación circundante. Estoy seguro que ninguno de los cinco había visto un sembradío de tal magnitud, porque hasta donde alcanzaba la vista, allí había maíz. Con razón dicen que en el llano no hay hambre.
Wasim interrumpió el silencio...

-Muchachos...¿Qué tal una fotografía?
-No es mala idea. Anda Wasim, busca la cámara en la patrulla y comunícaselo al Gorditus Mandonis – Respondí.
-Voy de una.

Nos detuvimos con patrulla y todo. Inventamos poses por decenas, tan solo para tomar dos fotos. Continuamos, habiendo aprovechado la parada para tomar unos tragos de suero hidratante. Veíamos pasar a los viajeros y ellos a nosotros. La mayoría de las veces, recortaban la velocidad para vernos con más detalle. No cabe duda que parecíamos algo fuera de lo común...traíamos puestos chalecos de seguridad, color fluorescente; lentes oscuros, gorras o pañuelos atados en la cabeza imitando a un turbante...¡Imagínenlo!

Sorpresa nuestra también fue el avistar varios autobuses que cubrían las rutas locales y que habíamos visto uno o dos días antes. Los conductores recordaban nuestra presencia y ahora nos encontrábamos en diferentes tramos, en viajes de ida y vuelta. Ahora nos consideraban sus amigos y nos saludaban repetidas veces con su potente corneta... ¿Saludaban o preguntaban?...¿Porqué van caminando?

11:43 AM. La columna marchante una vez más se había dispersado. Se habían invertido las posiciones: Alexander, que siempre marchaba en la retaguardia, ahora era delantero al lado de Félix y Seniel. Wasim y yo, que siempre íbamos punteando caminábamos en segundo lugar, algo distantes de los demás. Caminábamos y conversábamos, de todo un poco, muy distraídos de la caminata, pero concentrados en lo que decíamos...

-Dime Wasim...¿Lograste hablar con ella en Barinas?
-Claro, le hablé por teléfono.
-¿Era lo que querías hacer?
-No. En verdad no. Quería verla personalmente pero no se pudo.
-No te preocupes hombre...el que sabe esperar tiene su recompensa.
-Es mejor que sea verdad lo que dices.
-Yo no he vivido mucho que se diga, pero algo he aprendido...
-¿Qué?
-Que la felicidad existe pero está oculta. A veces tardamos en descubrirla, pero sí se puede. Luego de eso, todo lo demás será solo un sueño.
-Algo así debe ser...creo.
-Se puede aprender a vivir de las cosas más sencillas. Por ejemplo, a veces es mejor ir al jardín y hablar con las plantas, que perderse entre el humo, las risas y las luces de una fiesta, donde crees ser feliz, y cuando todo pasa, lo único que te queda son bolsillos vacíos, suela desgastada y un dolor de cabeza.
-Jajaja...sí amigo. A mi me ha pasado. Tienes razón.
-Sabes Wasim, en esto mismo momento estamos haciendo algo que para muchos significa una nominación al Oscar a la Estupidez . No te niego que los dos primeros días lo estuve pensando. Luego descubrí que caminar hasta Caracas no solo significa perder kilos, sino sentir y ver a cada paso que sí se puede lograr lo que parece imposible...Dime ahora Wasim...¿Qué fue lo que te llevó a tomar la decisión de acopañarnos?
-primero que todo, quería hacer algo distinto. Siempre soñé con hacer algo grandioso, para recordarlo toda mi vida, además de poder contarlo con mucho orgullo . Creo que esta caminata fue la mejor ocasión...y también se la dedico a alguien muy especial.
-¿A ella?
-¡Sí!...a ella. Quiero que se sienta orgullosa de mi.
-¿Te das cuenta amigo? ¡Todas las razones que tenemos para llegar hasta la meta!

Muchas conversaciones como esta, nacían espontáneamente a mitad de carretera. Por lo pronto, nos encontrábamos en u pequeño bosque, distribuido a lo largo del camino, a izquierda y derecha. Los árboles tejían sus ramas entrelazando sus copas, formando así una suerte de túnel que cubría la vía de una frescura estacionaria. Luego de aquella arboleda quedaba un puente. Al llegar a él, el vigilante nos avisó...

-Sigan así que ya coronaron Puente Páez.

Félix, que iba de primero, frenó para preguntar:

- ¿Nos vamos a quedar allí?
-No – le responde Alexander. Puente Páez es el límite entre Barinas y Portuguesa. Ahí hay una alcabala de la Guardia Nacional, donde está esperándonos una patrulla que vino desde Guanare, para escoltarnos hasta Boconoito y a lo largo de todo el Estado Portuguesa.
-¿Falta mucho para llegar hasta Boconoito?
-Creo que no. Según el mapa, se ve cerca.
-Siendo así...mejor sigamos.

Terminando de decir esto, Félix se fue de nuevo a la delantera, mientras nosotros comentábamos...

-Oye, nuestro amigo es de verdad valiente. Mientras hablaba, le miré el tobillo y lo trae muy hinchado...parece que va a estallar.
-Sí. Yo también me di cuenta. ¿Qué sentirá?
-Además de dolor, creo que sólo piensa en llegar, aún a costa de su pié.
-Para mi que quiere demostrar algo.
-Yo creo que está más que demostrado. No podemos permitir que se siga sacrificando así. Propongo que al llegar lo hagamos examinar de un médico.
-Ok. Me parece justo.
-Y tu Juan Carlos ¿Cómo vas?
-Duele, pero confío en que sanará pronto.
-Quisiera ver esa herida cuando lleguemos.

Sí...aquel día fue otro golpe para los caminantes. El calor era intenso, al punto de provocarnos ampollas en la cara, en los labios, dejándolos como relieves que explicaran una tenaz lucha contra las leyes naturales. Cuando se presentaban estas situaciones, apenas podíamos conservar la calma, porque también aparecían otros terribles enemigos: la depresión y la desesperación. Nuestras mejores armas, con las cuales logramos vencer, fueron siempre la unidad del grupo y la esperanza.

Caminábamos y bebíamos tragos de la última botella de suero. Recibimos una noticia...

-Muchachos, se lo han ganado...después de la próxima curva verán a Puente Páez.
-¡Qué bien amigo! – era yo, dando brincos de felicidad, y olvidándome del dolor corrí hasta mis compañeros...

-¿Qué les pasa ancianos? ¡Ya llegamos!

Todos nos abrazamos; todos menos Félix, a quien escuché decir entre dientes:

-¡Gracias Dios mío!

Nos dirigimos hasta el comando de la Guardia Nacional, donde nos esperaba la patrulla de Portuguesa. Cuando nos presentamos en el sitio, los guardias que se encontraban en el comando no dejaban de mirarnos, llenos de curiosidad. El vigilante que nos esperaba ya les había informado al respecto. Ellos creían porque lo veían.

Como siempre, fue Alexander el que nos presentó y consiguió abundante agua fresca, que saboreamos hasta la última gota. Permanecimos en un salón. Luego optamos por sentarnos en la entrada, en el pasillo. Permanecimos en silencio, dibujando en nuestros rostros particulares pensamientos. Yo, por ejemplo, miraba pasar los autos. Pensaba en mis padres y hermanos. Los llamaría al llegar a Guanare...la ciudad bendecida por la presencia de la Virgen de Coromoto. En ese instante, mi memoria me decía que en el fondo de mi maletín, venía aquella piedra que recogí en un riachuelo, mientras atravesamos el páramo; prometí llevarla conmigo hasta Caracas, como trofeo, que guardaría en casa, al regresar.

Regresar...¿Cómo estarán mis amigos? ¿Se enteraron? ¿Pensarán que me he vuelto loco? Ya no sabía qué pensar. Como lo he dicho antes...sólo una esperanza era la que nos alimentaba. Nuestros pensamientos siempre confluían en uno solo: ¡Llegaremos!

Todo esto es muy bonito cuando se imagina o recuerda sentado en la sombra. Su contraposición estuvo midiendo la eficacia de tales actitudes, allí, en la carretera. Volví la vista hacia mis compañeros y los vi a todos...mis queridos compañeros que se habían convertido en mis hermanos. Todos miraban al frente, como extasiados. Traté de interpretar su semblante.

Félix soportaba un intenso dolor, en un misterioso silencio, sin hacer nada para aliviarlo y deseando reanudar la marcha lo más pronto posible para conquistar la próxima meta. Wasim estaba muy serio, barbilla entre rodillas, pensando en que sus pies iban a Caracas, mientras su corazón viajaba hacia Barinitas. Seniel secaba su húmedo rostro con su pañuelo, mirando la carretera que llegaba hasta la capital y más allá, hasta oriente, donde estaba su familia. Alexander conversaba con un guardia. Estaba más empapado que todos.

Aquel silencio se rompió cuando nuestro amigo de la Inspectoría de tránsito de Barinas, no avisaba de su partida.

-¡Dense prisa que me tengo que ir!
Bastó para ponernos de pié. Nos dirigimos hasta su patrulla para toma el equipaje.

-Bueno muchachos...hasta aquí me toca. Ahora quedan en manos de mi colega. Él los llevará otro largo trecho. Hasta luego amigos.
-¡Adiós y gracias!

Vimos un amigo que se alejaba a toda prisa, y otro nuevo que llegaba, mostrándonos su bondad, en una corta y limpia sonrisa.

-¿Son ustedes solamente?
-¡Si! Somos los que ve.
-Bueno, me fue asignada la misión de venir hasta aquí para recibir y escoltar a un grupo de estudiantes, a quienes llaman Los Caminantes antidrogas, que vienen a pié desde Mérida.
-¡Sí señor! Esos somos nosotros.
-Pues es difícil de creer porque cosas como esta no se ven todos los días...¿Les a costado mucho?
-Bastante, pero aquí estamos...dispuestos a llegar.
-Entonces terminen de alistar todo y salgamos de una vez; Boconoito está cerca de aquí.

Estas palabras fueron obedecidas al pié de la letra y en el acto.

Alexander gritó:

-¡Y no olviden que las medicinas van en el asiento delantero!

Partiendo otra vez hacia lo desconocido, pero interesante, formábamos una fila de cuatro. Cuatro, porque Gorditus Mandonis se había quedado para colocarle a nuestra hoja de ruta, el sello y la firma del comandante, acreditando así nuestra salida de Barinas.

Gran emoción nos invadió cuando cruzamos, lentamente, el puente que separa a los dos estados. Lo hacíamos dando gritos de felicidad y aplaudiendo interminablemente tan fabuloso logro. Una vez más, se habían disipado los contratiempos y consecuencias, para permitirnos pensar, con toda claridad, que ya nos faltaba menos camino para llegar a Caracas, y que estábamos a punto de culminar otra etapa.

Al salir del puente, parecía que respirábamos un nuevo aire; se sentía todo distinto, y nosotros mucho más livianos, por supuesto. A pocos metros veíamos asomarse a una estación de servicios. Allí decidimos:

-¡Amigos! – dije - ¿Les gustaría tomar un refresco superfrío?
-Eso ni lo preguntes. Así esperamos al Gorditus.

Todos pedimos, casi a gritos, que nos sirvieran refrescos a punto de congelarse. Los disfrutamos trago a trago, mientras veíamos llegar a Alexander, quien también bebió dos.

Otra vez en la carretera vimos pasar los kilómetros bajo nuestros pies, al mismo tiempo que el sol seguía su rumbo hacia el ocaso. Coincidimos con un fresco atardecer, cuando hacíamos entrada a Boconoito, estado Portuguesa. Pueblo de estrechas calles pero de incalculable corazón.

Avanzando en las primeras cuadras, Wasim y yo estuvimos a punto de darnos unos puñetazos. Todo porque a él le encantaba probar la paciencia de los demás...¡Qué pasatiempo tenía el niño!

-¡Oye Juan Carlos!... Ese lunar que tiene Evelyn en el seno derecho, es un poco extravagante diría yo...además...
-¡Ya cállate...bocón! ¿O prefieres que te ayude a hacerlo? ¿Por qué no me dejas en paz de una buena vez?

Arremetió de nuevo, hasta que los muchachos lo silenciaron, una vez que le ofrecí golpes. Él terminaba siempre riéndose y de verdad me costaba entenderlo. Su amistad me interesaba más que sus comentarios, por lo que sopesé su cualidades y eran varias. La rencilla quedó atrás.

En Boconoito vivimos el momento más grande y el recuerdo más grato de toda la marcha. Justo en la entrada del poblado, escuchamos la voz de un lugareño que salió a nuestro encuentro, en compañía de sus pequeños hijos:

-Amigos...¿De dónde vienen?
-De Mérida, amigo.

Vimos como se inclinó para decirle algo a sus niños. La sorpresa fue grande, cuando padre e hijos empezaron a dar vivas y a aplaudir incesantemente. Eran los primeros aplausos que recibíamos, no más de cuatro, pero nos llenaron de tal forma que nos sentíamos en medio de un gran estadio.

Aún sorprendidos por la majestuosidad de aquella bienvenida, escuchamos la corneta de la patrulla. Tomó la delantera y nos indicó el vigilante:

-¡Hemos llegado!

En la entrada de la casa policial se encontraba un agente. Escuchó nuestra petición:

-Distinguido, queremos hablar con el comandante.
-Claro, pueden hacerlo, pero él salió en una comisión. Debe regresar pronto. Si quieren, pasen y lo esperan.
-Se lo agradecemos, porque como puede ver, venimos muy cansados.
-¿Alguna competencia?

Y así, en una entretenida conversación, le explicamos todo, incluyendo el por qué nos habíamos detenido allí, en la comandancia. Poco después se presentó un cabo de la policía que tenía a su cargo aquella sede.

Se adelantó el distinguido:

-Mi comandante, estos muchachos vienen de Mérida y solicitan hablar con usted.
-Vamos a ver de qué se trata...ustedes dirán.

Alexander le dijo que necesitábamos posada y comida. El cabo refirió:

-Bueno, para empezar, pueden dormir aquí en la cuadra. Hay camas suficientes, pero la comida no se la puedo asegurar. Como ven, somos muy pocos y no tenemos cocina. Cada agente compra su comida o la trae de su casa. Déjenme ver. Tal vez qué pueda hacer algo con la prefectura. Mientras tanto, bajen todo. El agente les asignará cama en la cuadra, para que descansen.

-En nombre de todos ¡Muchas gracias cabo! – Respondió Alexander.
-No se preocupen. Mi trabajo es servirles.

No hubo que caminar mucho. Nuestro bienhechor se detuvo frente a una puerta, y con mucha generosidad nos enseño la cuadra: sencilla pero impecable.

-Aquí es, mis amigos. Guarden todo y usen las camas de la derecha...Ah...y el baño queda al final del pasillo.

Una vez que el anfitrión dejó la zona de descanso en nuestras manos, para ir a su respectiva guardia, cada uno, en apacible confianza tomó su cama y acomodó su maletín. Luego comentamos...

-Bueno, gracias a Dios que conseguimos posada.
-Pero falta la comida.
-Vamos a esperar. Seguro que el cabo la consigue.
-Dios te oiga. Tengo hambre canina.
-Hasta ahora no nos han fallado y creo que hoy no será la excepción. Descansen un poco. Luego llevaremos a Félix a la medicatura.

Aquel pueblo era muy tranquilo. Tranquilidad misma que reinaba en la habitación, para calmar los agitados cuerpos que habían blandeado su vulnerable fortaleza, un día más bajo el sol.

Dos de mis queridos compañeros ya habían caído en abundante sueño. Otros dos aún estaban de pié: Alexander, que prefirió hablar con los agentes, y Félix que optó por lavar un par de franelas. Yo, reclinado y pensativo, hacía todo por olvidar que tenía que quitar el vendaje de mi herida. Tenía miedo. Me recliné y comencé a soñar despierto...

“Cada vez estamos más lejos de Mérida y más cerca de Caracas...y caminando...¿Quién iba a pensarlo? Después de seis años volver a Guanare...me recuerda la época del Seminario, cuando visitamos el santuario de Nuestra Señora de Coromoto”.

En estos pensamientos me quedé dormido. Tal vez trascurrió media hora. Luego Alexander nos despertó...

-¡Arriba! Hay que ir a la medicatura, para un chequeo.

Fuimos todos en la patrulla, no muy lejos de allí. Aquel sitio no se me olvida. Había una plaza frente al centro de salud. La frescura que allí se sentía era impresionante. El sitio estaba repleto de árboles, dispuestos planificadamente. Situación que aprovechaban los niños, para corre, y saltar, indiferentes a todo lo demás.

Bajamos del auto para cumplir con la diligencia médica. Yo lo observaba todo, en silencio, como queriendo grabar hasta el más mínimo detalle en cada rincón de mi mente. Cuando desmontamos de la patrulla, parecíamos soldados, al regreso de una batalla, mostrando sus quebrantos y contando sus bajas. Así fue que entramos...

-Buenas tardes doctor
-Buenas tardes muchachos ¿En qué puedo servirles?
-Queremos que revise a uno de nuestros compañeros que trae una novedad en su pié.
-¿Quién es?
-¡Soy yo doctor! Exclamó Félix, como si aquel momento era el indicado para abandonarse en el profundo dolor, que como valiente había soportado por más de cien kilómetros.

-Déjeme ver eso – dijo el doctor.

Sin ninguna resistencia, nuestro amigo comenzó a quitarse el vendaje.

-¡Dios! ¿Qué te pasó? ¿Te pisó un elefante?
-No doctor – respondió Seniel. Luego le contó todo acerca de nuestra marcha.
-¿Cómo es posible que hagan eso? – replicó el galeno.
-Pues créalo doctor. Ya usted ve. Es realidad.
-Claro, y muy cruda. Miren a su compañero cómo está y me temo que no podrá seguir en esas condiciones. Se ve mal.

Bastaron estas palabras para que todos enmudeciéramos, sin dejar de mirarnos con gran asombro. Félix bajo su cabeza y apretando los puños, con semblante de impotencia...quiso gritar...pero se contuvo. Lo comprendimos al instante. Él sabía que caminar, con su tobillo hinchado, sería como luchar contra la corriente y terminaría siendo arrastrado, sin piedad.

Transcurrieron unos minutos que parecieron ser un siglo para Félix, hundido en su dolor, meditando lo que este hecho significaba para él y para nosotros, los cuatro restantes. Sentados en el piso, solo comentábamos...

-Caramba, tenía que pasarnos esto, justo ahora.
-No culpes a nadie Wasim. E solo cuestión de naturaleza.
-Y tu Juan Carlos...¿Cómo te sientes?
-Yo estoy mejor. Ya casi no me duele. En un par de días estaré como nuevo.
-Siendo así, lo que nos queda es hablar con Félix para saber su decisión.

¡Qué incertidumbre! ¡Qué sorpresa! Los caminantes que partieron un viernes, llenos de júbilo y energía, estaban ahora a la deriva del tiempo y de sus fuerzas. Situación triste y desalentadora, pero no fulminante...¡Aún no! Parecía que algo nos hostigaba, mientras planeaba nuestra muerte lenta. Nosotros, como buenos adversarios, debíamos luchar con todo lo que teníamos, para no dejarnos destrozar.

La tarde crecía para convertirse en noche. Regresamos al comando para descansar. Mientras, esperábamos ver si la promesa de almuerzo - cena se hacía realidad. En ese instante, cada uno se ocupaba de lo que quería. Alexander continuó escribiendo su prosa. Wasim, Seniel y yo coincidimos en un profundo sueño, pero antes de dormir, observé a Félix dando masajes a su tobillo. Habíamos acordado hablar con él pero ahora debía descansar.


En la última hora de claridad, fuimos despertados por el Gorditus que venía como un tornado...

-Vamos vagabundos ¡De pié! ¿No tienen hambre?

Pronto estuvimos listos para el codiciado momento, que se hizo realidad gracias a la prefectura de aquel poblado. En el restaurante, calmando el gran apetito, con abundante comida, surgió de nuevo la idea:

-Yo creo muchachos que sería bueno presentar una obra esta noche. Esa plaza está muy buena – dijo Wasim.

Todos queríamos pero nadie dijo nada. Lo más lógico, después de la cena, sería ir directo al descanso. Se nos cerraban los ojos en los últimos bocados, y parecía que los cuerpos tambaleantes hacían coro para decir ¡Queremos cama!...mas no fue así para tres de nosotros.

Wasim terminó por convencernos a Seniel y a mi de que actuáramos solos los tres aquella noche. Así que, una vez más, con nuestros rostros blanquecinos y resplandecientes, nos dirigimos calle a calle, hasta llegar a la plaza donde debíamos reunir al público presenciaría nuestro acto y escucharía nuestro mensaje.

Al llegar allí nos llevamos una desagradable sorpresa. Parecía que estábamos llegando al limbo. El lugar no tenía ni un solo bombillo.

-Así no se puede – dije. Sin embargo Wasim insistió.
-Vamos a lo nuestro.
-Ok. Ni modo.

Como pensamos, la plaza no estaba vacía. Allí concurrían jóvenes que se agrupaban para disfrutar del ocio y de la marihuana, escondiéndose tras la oscuridad del lugar. Eran muchos, tal vez decenas. Decidimos ver aquello más de cerca y lo hicimos. Cruzamos frente a las bancas donde estaban todos ellos. No nos hicieron caso.

El policía que aguardaba en la patrulla, tratando de ayudarnos, tomó el micrófono para hablar por el parlante del auto. ¡Qué gracioso! ...Ya verán.

-¡Buenas noches muchachos! – el coro de burlas no se hizo esperar. Prosiguió...
-Les presento a tres integrantes del Escuadrón de lucha contra las drogas.

Todos salieron corriendo en estampida, como si hubieran visto al diablo. No lo podíamos creer. Wasim se voltea y gritando dice al policía...

-¡Torpe...no es escuadrón, sino eslabón!

Estallamos en una carcajada inevitable, aún cuando nos quedamos con los bolsillos vacíos. Regresamos al albergue. Cuando llegamos, Alexander nos indicó que había estado hablando con Félix y que nos daría a conocer su decisión.

-¿Qué pasó? – pregunté.
-Estuve hablando con él y se negó a abandonar la marcha. Quiere llegar con nosotros.
-Pero ¿Cómo? ¿Acaso inválido?
-Desde luego que no. Él propuso que le diéramos dos días para descansar y que luego seguiría caminando.
-¿Nos vamos a quedar dos días aquí?
-No. Partiremos mañana rumbo a Guanare. Él irá en la patrulla, pendiente del agua y el suero...¿Lo aprueban?
-Pues sí. No creemos que sea justo que después de su esfuerzo tenga que regresar a casa vencido.
-Yo también lo apruebo.
-Ok. Entonces, que vaya. Por lo pronto, vamos a dormir, porque el vigilante llegará a las cinco de la mañana y por la cara de serio que tiene creo que no nos fallará.

Al escuchar esto sentí un escalofrío, porque recordé mi herida. Cuando todos se pusieron de pié para ir al cuarto quise quedarme de último para que no me vieran cojear, y así dar crédito a la mentira que les había dicho aquella tarde.

Sentado en mi cama cambié los vendajes. Solo me quedaba una plegaria.

9/12/08

Capítulo VI

4 de agosto. Primera herida.

Luego del desayuno, también cortesía de Defensa Civil de Barinas, fuimos hasta un kiosco que se encontraba en la esquina del restaurante, para comprar los periódicos y verificar nuestra entrevista del día anterior. Gracias a nuestros amigos periodistas, que hicieron un magnífico trabajo, la comunidad de Barinas se pudo enterar de nuestra travesía.

Cuando regresamos a la sede de Defensa Civil, para recoger nuestro equipaje, nos llevamos una buena sorpresa: Yaced y Mauricio, otros de nuestros compañeros de la universidad, que también vivían en la ciudad, venían a saludarnos. Nos acompañaron hasta la salida, hacia nuestra próxima meta: Barrancas.

Después de sinceros y fuertes abrazos de despedida, y como de costumbre, con nuestra consigna “Victoria y Gloria”, arrancamos. Ese cuatro de agosto fue inolvidable y trascendental para mí...ya sabrán porqué.

Primero, nuestro ánimo estaba por las nubes. ¡Qué bien nos trataron en Barinas! Gracias a todos. Contábamos con la compañía de un vigilante que desde el principio mostró gran interés por lo que hacíamos, y desde ya nos prestaba un magnífico servicio. También se presentó un ambulancia de la UNELLEZ, pero desafortunadamente nos tuvo que abandonar al quedarse sin combustible...bueno, eso dijeron.

Recuerdo también que, a la salida de la ciudad, luego de la redoma, en un puente, el vigilante detuvo el tráfico para que pasáramos sin riesgo. Entonces, todo el mundo nos prestaba atención, mirándonos con curiosidad y detenimiento, queriendo encontrar una explicación a lo que sus ojos veían...muy pocos encontraban la verdadera.

El tibio sol de la mañana se asomaba otra vez, secando el rocío de la hierba, que al paso por la orilla mojaba nuestros pies. Los muchachos empezaron a trabar conversación. Solo Félix y yo permanecíamos en silencio. Preferí seguir pensando en todo lo hermoso que habría de acontecernos. Ya existían razones para estar felices, como el saber que, en un par de días saldríamos de Barinas y entraríamos en Portuguesa.

Empezamos a penetrar en la inmensidad del llano a pura fuerza de pié, y todo lo que veía era descubrir algo maravilloso, pues Dios hizo esa bella tierra sin olvidarse de nada. Las manadas de tordos que en gran algarabía volaban en busca de alimento; el verde intenso, confundido entre árboles en extensos potreros a diestra y siniestra, me hicieron recordar una líneas que le escribí a Santa María de Caparo, en uno de mis viajes, acompañando a mi tío, el cura, cada vez que Monseñor Salas lo mandaba a celebrar los oficios de la navidad o semana santa. Yo era su monaguillo.

Tierra de grandes praderas
Donde el corazón palpita
Donde todo es armonía
Y deseos de vivir
Tierra de grandes ensueños
Donde se ve el sol cerquita
Donde no hay melancolía
Y provoca sonreír.

Así es el llano querido
Cuando canta con el cielo
Cuando lo arrulla la luna
O lo duerme un resplandor
Así es la tierra más linda
Cubierta toda en un velo
Teñida de una dulzura
La mejor obra de Dios.

Cuando amanece en el llano
Despiertan las ilusiones
Y se duermen los pesares
Sonriendo el corazón
Cuando anochece temprano
Hay esperanzas mejores
Y se oyen dulces cantares
Que acompañan el amor.
Por eso es que no te olvido
Tierra escogida y benigna
Señalada y predilecta
Hoy, con un leve clamor
Por eso es que te recuerdo
Hoy, con nostalgia indiscreta
Y sentado en otro suelo
Tu nombre quiebra mi voz.

¡Qué recuerdos!

En realidad, no hay mucho que contar de aquel día de caminata. Fue una etapa bastante dura y más para mí. Empecé a sentir una molestia y dolor en la planta de mi pié derecho, como una almohadilla húmeda, pero no tuve tiempo para mirarla, solo me dediqué hasta llegar hasta la meta.

Después de soportar dolor, cansancio, sol, sed y todo lo demás, por largas siete horas, llegamos a Barrancas, un próspero pueblo de Barinas. Confieso que veníamos caminando por gracia de Dios...nuestras fuerzas se habían limitado. Primero Félix, que como valiente, seguía caminando con su tobillo a punto de estallar. Yo, con mi desconocido e intenso dolor, que ya casi me hacía doblar.

Nos dirigimos hacia la comandancia de policía. Los agentes que se encontraban en la entrada se sorprendieron al vernos, pues no es común y corriente que cinco jóvenes, que casi parecían fantasmas, dos de ellos cojeando, y acompañados de un vigilante de tránsito, solicitaran hablar con el comandante.

-Buenas, queremos hablar con el comisario.
Alexander, nuestro portavoz, tomó la palabra.

Seniel, Félix, Wasim y yo esperamos afuera, en el frente, justo en donde llegamos. Nos quedamos sentados, respondiendo las preguntas de los agentes que se acercaban de vez en cuando, pues querían oír de nuestras propias palabras lo que parecía imposible a primera vista.
¿Y cuánto tiempo llevan caminando?
-Desde el 31 pasado
¿Alguno se ha enfermado?
-De gravedad, ninguno hasta ahora.
¿Son cinco solamente?
-¡Claro! Salimos cinco y llegaremos cinco.
¿Cómo hacen para dormir y comer?
-Contamos con la gente buena...Así como ustedes.

Entonces comprendieron el motivo de nuestra visita. Pasados unos cuantos minutos, nos decía Alexander:
-¡Muchachos, traigan todo!
Y nos apresuramos a hacerlo. Entramos al comando, bajo indicación de un agente, que nos ubicaría en la cuadra. Luego el comisario se hizo presente para saludarnos...¡Qué gusto nos dio!
-¡Pasen y descansen tranquilos!
De nuevo le reiteramos nuestra gratitud.

Una vez que cada quien tenía asignada su cama, ya nadie se quería parar. Empezamos a quitarnos los zapatos, en medio de quejas y gestos de alivio, hasta que descubrí mi pié derecho.
-¡Ay Dios!
Cuando dije esto, todos me miraron con asombro.
-¡Miren la ampolla que tengo! ¿Y ahora qué hago?
-Báñate y después la curamos. Refirió Alexander.

Los compañeros mostraron preocupación. Félix no estaba muy bien que digamos. Todos sufrimos duros golpes ese día. Sentimos que la madre naturaleza nos quería azotar por nuestra osadía. Aún así, no estábamos acabados, porque el dolor de uno lo sentíamos los cinco y eso nos hacía más fuertes.

Fuimos un verdadero equipo de trabajo; cada uno con sus respectivas cualidades, capacidades o condiciones particulares, que al unirlas, siempre formaron un gran todo. Por ejemplo: Alexander llevó la dirección de la caminata y nuestra voz, además de ser un magnífico cocinero. Seniel rea nuestro enfermero de reserva. Wasim fue el encargado de la hora de la alegría, rebelde pero solidario a máximo grado. Félix no hablaba mucho, pero su presencia y valor siempre nos inspiraron. Falto yo, que no hacía mucho, pero siempre quise ser un colaborador mas.

Fue aquel día, después de tomar un baño y mirando a Félix tocar su tobillo, cuando comprendí que todo en exceso es dañino...¡Y vaya que si en exceso! Lo sabíamos muy bien al salir de Mérida. También sabíamos que deberíamos vencer contra viento y marea, porque había un sueño esperando ser conquistado y, solo nosotros podríamos hacerlo.

Fui hasta la caja de medicamentos, y tomé una inyectadora. Escuché a Félix decir:
-Pásame el bálsamo, por favor.
Se lo di y luego preguntó:
-¿Qué vas a hacer?
-Debo curar mi ampolla. Hay que sacarle la sangre. De lo contrario creo que no podré seguir.
Mi amigo hizo un gesto de escalofrío. Cuando estaba a punto de pincharme, se presentó Alexander y dijo:
-Dame esa jeringa. Yo te haré la curación. Tu te puedes herir y sería peor. Tomó la aguja en sus manos...
-Voltea la cara, no mires.

No sentí nada. Fue un trabajo rápido y limpio. La ampolla cubría casi la mitad de la planta del pié. Aún recuerdo la cicatriz. El resto de la curación consistió en aplicar alcohol, mercurio, yodo, y cuanta cosa sirviera para desinfectar y sanar.

Como dije anteriormente, éramos uno solo; por eso era obvia la preocupación del grupo por lo que acontecía... casi dos bajas. Yo no soportaba la idea de abandonar; no me quedó más remedio que decirme a mí mismo y a los muchachos que no importaba, que podría caminar y que llegaría con ellos hasta la meta. Difícilmente lo creyeron. Debía convencerlos con hechos y no con palabras, pues humanamente era casi imposible, como dijeron los agentes de policía que se encontraban en el dormitorio con nosotros:

-Joven...así no va a poder seguir.
-¡Claro que sí podré! Respondí.
-Pero...¿Con esa herida? Así no se puede ir ni a la esquina.
-Por supuesto que sí se puede...ya verán que sí.

Me terminé de vestir. Ya totalmente incorporado, pensé que si quería hacer realidad lo que había dicho, necesitaba un calzado mucho más suave. Pedí prestadas las pantunflas de Seniel e invité a Wasim a que me acompañara. Salimos cojeando...él por el cansancio y yo por el dolor. Fuimos blanco de las miradas. Primero, de los policías y luego de la gente que cruzábamos en la calle. Visitamos un almacén, luego otro y ...nada. Wasim dice:
-Vamos a la entrada a comprar mamones
-¿Queda muy lejos?
-No, en unos cuantos minutos llegamos.
-¡Vamos de una vez!

Así fue...compramos mamones y nos detuvimos en un pequeño negocio. Se me ocurrió preguntar:
-¿Tienes sandalias?
El tendero me respondió...
-Sandalias no, compadre. Lo que hay son cotizas de goma.

Me las enseñó, y de una vez supe que eran las que necesitaba para seguir, pero volvería luego a comprarlas, porque se me había olvidado el dinero.

Wasim no dejaba de hacerme comentarios y me estaba planteando que debíamos presentar una obra de teatro esa noche, porque nuestros fondos estaban casi en cero. Me pareció buena idea. De esa forma contribuíamos a la cultura, al tiempo de entregar nuestro mensaje anti-drogas.

Regresamos al comando policial. Wasim se encargó de explicar a los demás la idea que guardaba para esa noche. Yo tomé algo del último dinero que guardé para emergencias, como la que se me presentaba en ese momento. Invité a Félix para que me acompañara a comprar mis cotizas...Él no sabía decir que no a un favor solicitado.
-Félix, ¿Me acompañas a hacer una compra?
-Vamos...ya estaba pensando en salir a dar una vuelta.

Ahora sí estábamos parejos...los dos cojos del grupo, paseando a pié. Eso era como para reír por largo rato. Fuimos nosotros mismos quienes empezamos a hacerlo, burlándonos de nuestros propios quebrantos físicos, como si se tratara de otras personas.

Llegamos a la tienda y dije:
-Mire cámara...páseme por favor las cotizas que me enseñó hace un rato.
-Claro cámara. Ya se las traigo. Dijo el tendero.

Me las trajo, pagué por ellas y de una vez me las puse. Aunque el dolor no desaparecía, sí sentí algo de alivio. Me le pregunté a Félix:
-¿Qué tal me quedan?
-Lucen bien.
-Vamos, no te burles. Yo se que no son gran cosa pero se sienten muy bien.
El esbozó una sonrisa de solidaridad. Proseguí con mis preguntas...
-¿Cómo te sientes?
-Pues no te niego que me duele. Aún así quiero llegar hasta el final.
-¡Claro, hermano! Ahora es cuando vamos a demostrar de lo que somos capaces dos gochos empecinados. Si tu no te quejas, yo tampoco...¿hecho?
-¡Hecho!

En la plaza se encontraban Alexander y Wasim, muy entretenidos en una conversación. Preguntamos:
-Alexander... ¿La obra va esta noche?
-¡Claro que va! En este pueblo hay mucha juventud y sé que nos darán su apoyo.
-Para eso tenemos la chispa de Wasim...a propósito...¿Dónde está?
-Fue a ver si consigue película para la cámara fotográfica.
-Eso sí me gusta. Sería muy lamentable volver a casa sin una sola fotografía.

Ahora me preguntó Alexander...
-¿Compraste zapatos nuevos?
-Tenía que comprarlos. Si sigo caminando con los que me prestó Wasim me quedaré en plena vía. Anoche se me ocurrió intercambiar zapatos con él y ya ves las consecuencias.
-¿Y cómo que no tenías dinero?
-Ahora sí es verdad que no tengo ni un quinto, porque el último bolívar lo guardo para llamar a casa...por cierto...voy de una vez.

Mientras daba mis cortos pasos, hacía memoria para recordar el número telefónico de casa. Llegué hasta el teléfono...
-Aló – respondió mi hermano.
-Hola hermano, soy yo.
-Hermanito...¡Que sorpresa! Ya nos tenías preocupados.
-Ya lo sé, y discúlpenme por no haber llamado antes; en realidad no pude.
-Tranquilo...pero dime...¿Cómo están?
- ¡De lo mejor! Ya cruzamos Barinas.
-¿Barinas? ¿Qué bien! A ese paso no dudo que llegarán pronto.
-No creas...el calor es fuerte aquí. El sol pega muy duro.
-Yo sé que llegarán.
-Te dejo...pronto llamaré de nuevo. Salúdame a Papá y Mamá. Diles que estoy en perfectas condiciones.
-Claro que sí.
Hasta pronto, hermano.
-Chao...cuídate.

Colgando el teléfono vi a Wasim que se acercaba...
-¿Llamaste?
-Sí...y rápido. Parece que de vez en cuando se corta la comunicación.
-Yo también voy a saludar a mis padres...tu sabes que los viejos se preocupan.
-Ok. Llama.

Justo a las 6:30 PM estábamos Seniel, Wasim y yo, sentados frente al comando policial. Hablábamos tan graciosamente que ni los agentes podían contener la risa. Era un verdadero contrapunteo de charadas. Mientras tanto, los peatones que pasaban, buscaban una explicación lógica para lo que oían y veían luego de reír. Yo tampoco me quedaba lejos, riendo como un loco...¡Qué delirio!
Así transcurrió media hora. A las 7:00 PM, las risas se terminaron cuando Wasim dijo:
-Bueno, ya es hora. Hay mucha gente en la plaza; vamos a maquillarnos y después a actuar.
-Un momento –dije - ¿Cómo nos repartimos el trabajo?
-Ya no preguntes tanto. Lo haremos como siempre, así que...ve a maquillarte.

Así lo hice; muy sencillo: primero una base de pomada, y luego abundante talco. La idea era lograr el efecto Mimo, pero la verdad es que parecíamos tres fantasmas sueltos. Las obras improvisadas que presentábamos en los pueblos, representaban un verdadero trabajo. Primero, nuestro interés en promover la lucha contra las drogas. Segundo, era poner a prueba lo que habíamos aprendido en las clases de Mérida. Tercero, los espectadores nos daban algo de dinero para nuestros gastos, que de hecho eran varios.

Aquella noche en Barrancas también fue inolvidable. La juventud, que era abundante, nos mostró todo su apoyo, aplaudiendo repetidamente el esfuerzo de todos...¡Qué complacidos nos fuimos a dormir!






Capítulo V

03 de agosto de 1.987

El sol de Barinitas lucía muy prometedor aquel día. La gente acudía a las calles para ir a su trabajo, y nosotros, con nuevas energías, esperábamos ansiosos a los vigilantes...nuestros incansables colaboradores.
Mientras mis compañeros sostenían una entretenida conversación con la madre de Wasim, yo estaba sentado afuera, sobre el montón de equipaje, en el suelo, casi acostado y meditando:
“Será posible, Dios, que con estos pedacitos de carne y hueso que me diste pude llegar hasta aquí? Realmente el hombre no sabe de lo que es capaz. Espero, Señor, que me des la suficiente fuerza en el cuerpo y el espíritu, para poder llegar hasta la meta. Esa fuerza que me has dado hasta ahora”.
También imaginaba los lindos paisajes que se abrirían a nuestro paso por la inmensa llanura: Barinas, Portuguesa y Cojedes. Pensaba en ese lindo horizonte que se mira a lo lejos, en una ojeada, perdida en la inmensidad de aquella tierra. En los rebaños de ganado, en las manadas de corocoras y garzas blancas, en los inmensos árboles que se levantan en la mitad de un pastizal. Todo esto me llenaba de una gran emoción, y me hacía sentir con más fuerza para ir en busca de esa linda fantasía, y no solo eso, porque tampoco podía apartar de mi mente a esa bella joven que vieron mis ojos, el día anterior, en aquel puente. El corazón me decía que se encontraba en algún lugar de la región...También por ella.
Me conformaba con preguntarme a mí mismo, al llegar a cada sitio ¿Será aquí donde la encontraré? Puede ser que la vea; sería mi mejor recompensa. No quiero culpar de ésto a nadie, solo al destino, si es que existe.
De tanto pensar me quedé dormido por un momento. Se presentó un vigilante de tránsito, que venía en su motocicleta a cumplir su misión:
-¡Buenos días joven! ¿Todavía cansado?
-No, solo estaba agarrando una ñapita, pero ya estamos listos.

Luego llegó la patrulla que nos trasladó hasta la partida, a las afueras de Barinitas. Wasim recibió la bendición de su madre:
-Hasta luego hijo ¡Cuídate mucho!
En la sede de la comandancia vial sellamos nuestra salida y recibimos los respectivos chalecos de prevención...¡Victoria y Gloria! Y allá vamos.
Todos en fila india o columna Timotocuíca, como alegremente decíamos, comenzamos, un 03 de agosto, con el día despejado e indicios de calor.
-¡Qué bien! Hoy llegaremos a Barinas – Dijo Wasim – y pregunté:
-¿Cómo es el camino?
-Puras rectas...las curvas se quedaron en Mérida.
El tráfico automotor era más denso y a altas velocidades, que después de todo, nos refrescaba. Llevábamos un paso muy firme, como de competencia. Una línea de 05 hombres se extendía a lo largo de la vía, y tal vez, podíamos leer las mentes de quienes nos veían...¿Qué es ésto? ¿Será una competencia? ¿Porqué vienen cinco solamente? ¿Estarán pagando una promesa?
Muy pocos eran los que sabían y decían: “Ahí van los caminantes de Mérida”. De vez en cuando escuchábamos una voz que se perdía en el viento, diciendo: “Adiós muchachos...que lleguen pronto”, o “Denle duro que sí van a llegar”.

Tomé la iniciativa de la marcha y me fui la cabeza, cruzando varias rectas; algunas tenían más de cuatro kilómetros, y de verdad, era agotador. Mis aspiraciones de puntero se vinieron abajo, cuando en una bajada, que terminaba en prolongada curva, me adelantaron Seniel y Wasim. No pude hacer nada para conservar mi posición, ya que ellos traían una velocidad mejor que la mía. Era admirable ver que a cada paso que daban, parecían cobrar nueva fuerza. Desde allí se mantuvieron en la primera posición de la marcha.
Opté por quedarme en la tercera posición; después de todo, no era la peor. Me puse a mascar uno que otro recuerdo. Pensaba en mi casa, en padres y hermanos. Sabía que estaban bien; el corazón me lo decía. Pensé en llamarlos por teléfono, al llegar a Barinas, pues hasta ahora no lo había hecho y sentí su preocupación.
Divisé aquellas palmeras, cargadas con su fruto y recordé la entrada a Santa María de Caparo; aquel lindo pueblo donde dejé varios amigos y tejí mis primeras ilusiones juveniles. Hermoso lucía aquel río, que cruzamos a pleno sol, y que a todos nos produjo ganas de bañarnos...¡Dios, cuánta belleza, cuántos recuerdos!

Aquel conjunto de bellos matices complementaban nuestros pensamientos y hacía más fuerte nuestro escudo, que era nuestro varonil aliento. El bravo sol llanero empezaba a hacer acto de presencia, como si quisiera recordarnos su soberanía. Como consecuencia de esto, sentíamos mucha sed y el vapor de la carretera nos quemaba. De nuestro lado, se encontraba nuestro amigo motorizado, que venía de vez en cuando con una garrafa de agua, la cual saboreamos hasta la última gota.
Me estaba quedando solo. Supe que un hombre puede morir de soledad, y que una pesada carga se lleva mejor entre varios...¡mejor los alcanzo! Doblé mi paso, y a pesar de que Wasim y Seniel se encontraban a no más de cien metros, para alcanzarlos, tuve que mantener un ritmo muy fuerte, durante aproximadamente tres kilómetros. Ellos vieron mi esfuerzo y decidieron ir más lento, aceptando mi compañía. Una vez los alcancé, les pregunté:
-Wasim ¿Cómo haces tú para no sentir cansancio? Y me respondió.
-Pienso en que quiero llegar rápido a Barinas.
Me quedé pensando en qué debía decirme a mí mismo, pero salí de mis reflexiones cuando sentí una mano tocar mi hombro; era Félix, tenía dolor.
-¡Chamo!
-¿Qué?
-Me duele mucho el tobillo y no puedo afianzar bien el pié.
-¡Mierda! Lo traes muy hinchado ¿Te caíste?
-No. Me lesioné jugando fútbol...en Mérida.
-¿Y vienes así desde allá?
-Claro ¿Y de qué otra forma?
-De verdad eres guapo, pero si sigues caminando así va a ser peor...¿Porqué no esperamos la patrulla y te montas? Yo lo veo muy delicado.
-Déjalo así...Yo quiero llegar.

Francamente me sentí amilanado ante tanto valor. De allí en adelante no se quedó atrás. Cosas como ésta eran las que nos hacía derrochar gallardía y sentir ganas de besar y hacerles un altar a nuestros criollamente llamados... ¡Cojones!
Alexander venía retrazado. Por ser gordo, era más lento...no con menos aspiraciones; con las mismas de los cuatro, siempre llegaba.

Ya nosotros, que estábamos de primeros, escondíamos los sufrimientos de la contienda, mediante conversaciones graciosas, grotescas y de cualquier otro tipo. Siempre era Wasim el primero en hacerlo: la mayoría de las veces personificaba a un campesino de los Andes, y ahora en el llano...al llanero.
-¡Uy camarita!...y les digo cámara porque lo de compadre se quedó en gochilandia.
Y así inventaba las mil y una cosa para hacernos reír. En un momento que nos quedamos en silencio, nos sorprendimos todos, al ver que una camioneta se detuvo delante de nosotros; sus puertas se abrieron rápidamente. Mayor fue nuestro asombro cuando vimos bajar del vehículo a Yaquelín y Coromoto; dos de neutras compañeras de las clases de actuación. Ellas vivían en Barinas y al enterarse de nuestro paso por allí habían ido a recibirnos para felicitarnos. A cada uno le dieron su respectivo beso y nos dijeron que nos esperarían en la redoma de entrada de la ciudad, porque ese día almorzaríamos en su casa...¡Qué bien!

Una vez que se montaron en la camioneta y arrancaron, ya no queríamos otra cosa más que llegar a Barinas lo antes posible...así que ¡Duro muchachos! A buen tiempo avanzamos en columna, llegando a cada escasa curva y conquistando las numerosas y largas rectas y, “Hay que ver de lo que es capaz el hombre cuando un buen sentimiento lo domina”. Ese fue el pensamiento que me ayudó a llegar aquel día; para Wasim, lo fue el beso de las chicas.

Justo a las 12:00 M pasamos frente a las instalaciones de una compañía petrolera, que bien pude conocer en mi estadía en el Zulia. Se asomaban las primera pasarelas y los letreros de reducción de velocidad, anunciando la proximidad de los suburbios, pero antes...La Redoma.

Así fue que llegamos: primero Seniel, solo en la delantera y con buena ventaja. En segundo lugar entramos Félix y yo; él apoyado en mi hombro, por su lesión, pero siempre mirando al frente. Alexander y Wasim llegaron de terceros, muy tranquilotes y conversando, como si se tratase de un tour.

Gracias a Dios estábamos juntos de nuevo. Allí fuimos premiados con nuevos besos de las chicas que estaban esperándonos. También por las fanfarrias de los vigilantes de tránsito que hicieron un carnaval con pitos, sirenas y luces de sus patrullas.

Lo primero que queríamos hacer era tomar sendos refrescos bien fríos. Contamos con la suerte de conseguirlos allí mismo. Luego rompió el silencio Yaquelín:
-¡Vamos!...en mi casa les espera el almuerzo.
Alexander habló enseguida:
-Gracias mi niña, pero será después de hacer unas diligencias...y así fue. Visitamos dos estaciones de radio. Recuerdo una: Radio Barinas. Dos diarios locales: La Prensa y El Espacio. Concluido esto, ahora sí...¡A comer!

Frente a la casa de Yaquelín, desmontamos de la patrulla y tratamos de acomodar un poco nuestra indumentaria. De hecho fue difícil, pues veníamos de caminar muchos kilómetros bajo el sol. Nuestra anfitriona habló:
-Pasen chicos. Están en su casa.
-¡Gracias! Contestamos.
-Siéntense y pónganse cómodos, mientras les traigo algo para que se refresquen.

Allí esperamos tranquilos, comentando lo acontecido aquel día. Yo preferí no hablar, porque siempre o casi siempre hacían chiste de lo que yo decía. En aquel entonces me costaba entenderlo y, de hecho, me trajo algunos conflictos con mis compañeros.
Me quedé sentado, casi alcanzando el sueño, como envuelto en un éxtasis. Vi cruzar cien pensamientos frente a mí. Recordé la oscuridad de la madrugada del primer día de caminata, la tristeza que sentimos al partir, la primera noche en Mucuchíes y la segunda en Santo Domingo, el puente donde tuve aquella visión, sentía mi ropa húmeda por las torrenciales lluvias que nos sorprendieron en plena marcha.

También recordé a mis lindas montañas; primero con frailejones y luego con orquídeas. El azul del cielo, que había aprendido a querer y a mirar de una forma más cotidiana, al saber que ahora era fiel testigo de lo que hacíamos, y contribuía también a colorear nuestra ilusión.

Aquellos minutos fueron un lindo sueño y un retroceder en el tiempo, en la única máquina que existe para hacerlo: la imaginación; esa alegre golondrina a la que dejé volar, sin tiempo ni espacio.

Me incorporé al interés común una vez que sirvieron la mesa. Estaba muy bien dispuesta y dejaba ver el cariño con que la habían preparado. Para muestra un buen olor y buena sazón.

Todos comíamos muy a gusto, un poco exagerado diría yo, pero más que complacidos. Hablábamos muy poco y, cuando lo hacíamos, era para poner de manifiesto nuestro gran apetito. Terminamos el almuerzo y fuimos a la sala, en donde esperamos a la patrulla que nos llevaría a realizar las diligencias faltantes. Una de ellas era buscar hospedaje, en lo que invertimos lo que quedaba de tarde.

Gracias a su bondad y espíritu de solidaridad, Defensa Civil de Barinas, a través de su Directos, nos brindó posada aquella noche. La cena fue excelente también...¡qué bello recuerdo nos llevamos de Barinas!

En la tranquilidad de la habitación, con un poco de calor, aliviábamos nuestros dolores, con bálsamos y masajes. Me gustaría decir auto-masajes, para prevenir cualquier suspicacia. Félix nos preocupaba. Su tobillo estaba muy hinchado, pero él era muy valiente. Lo vendó con la certeza de que amanecería mejor.

Nos acompañó un miembro de Defensa Civil, encargado de la radio aquella noche. Nos hacía varias preguntas al no poder esconder su curiosidad por lo que hacíamos. Finalmente, vencidos por el cansancio, caímos en el más profundo de los sueños.





Diario La Prensa. Barinas. 04 de agosto de 1987.

Capítulo IV

02 de agosto de 1.987

Nuevos y confortados dejamos nuestros lechos para continuar.
- Juan Carlos, Seniel...Despierten que ya es hora! – dijo Alexander –
- Umm..si – referí perezoso –
- ¡Ah! Qué sabroso es dormir así...Vamos Seniel...De pié, que la vida es muy corta para pasarla durmiendo.
- Ya voy – respondió Seniel – En un momento estará listo.
De un salto dejé la cama y fui al baño. Cuando ya estaba totalmente incorporado, me dirigí al cuarto donde habíamos dejado los maletines. Rápidamente acomodaba el mío, mientras escuchaba algunas conversaciones de los muchachos, pues se reían de todo, empezando por mí.

- ¿Y cómo pasó la noche Cejus Pobladus? (así me bautizaron)
- ¡De lo mejor! – respondí –
- Ya lo creo; durmiendo en la misma cama con Seniel....ja ja ja.
Nadie faltó por reír; hasta yo lo hice, sintiendo el excelente sentido del humor que todos poseían. Había transcurrido media hora, por lo menos. Ya nos disponíamos a salir rumbo a Barinitas, un pintoresco pueblo de Barinas, que un día fue cuna de nuestro compañero Wasim; el mismo que mostraba un extraño brillo en sus ojos, como de inquietud; al juzgar por su apariencia, me temo que había dejado en su pueblo algo más que familia y amigos. Ahora estaba ansioso al saber que pronto la volvería a ver.

Estábamos parados en la puerta del comando, maletín en hombro y llegaron los que llamábamos Pedro Infante y Jorge Negrete, por que piropeaban a cuanta muchacha veían. Eran los vigilantes de Tránsito, nuestros escoltas, que resultaron ser magníficos amigos.

-¡Buenos días muchachos! ¿Ya están listos?
- ¡Claro que sí!
- Adiós a todos y gracias de nuevo
- ¡buen viaje muchachos! Y que lleguen pronto – respondió el comisario –

Salimos de los predios de la comandancia y frente a la plaza juntamos de nuevo nuestras manos: ¡Victoria y Gloria! Era nuestro tercer día que gustosos iniciamos.
A las afueras del pueblo nos detuvimos a desayunar..¡Qué suerte!...Aquel día lo pudimos hacer.

- ¡Buenos días señor!
- ¡Buenas! ¿Qué van a comer?
- Para empezar, sírvanos 20 empanadas.
Repetimos la ronda y ya satisfechos continuamos.

- ¡Qué lindo es todo esto! – Dije y proseguí - No me importa el cansancio ni el dolor, sabiendo y sintiendo que también soy dueño de todo esto que nos rodea. No cambiaría estos momentos por nada del mundo.

Ellos no parecían hacerme caso, ya que iban entretenidos en otras cosas que les parecían más interesantes, aunque hoy sé que también se sintieron poseídos por el misterio y el encanto de la madre naturaleza, que ahora, nos mostraba a lo lejos, distantes y difuminadas montañas, flotando en un humo azul, esperándonos con los brazos abiertos para decirnos que, detrás de ellas estaba la gran llanura que debíamos atravesar.

Bajábamos por la carretera, muy a gusto, silbando y cantando hasta terminar en risas, que hacían perfecto juego con el choque majestuoso del agua sobre las riveras del río, que bajaba bordeando la carretera.

- Wasim, chamo, se me ocurre un juego – irrumpió Alexander –
Después de explicarnos su mecánica lo empezamos a ejercitar. Gracias a este jueguito sufrí otro disgusto; admito que por tonterías. Sin pensarlo mucho tomé la delantera, para no mirar a nadie, como queriendo perderlos. No tuve mucho éxito en esto, ya que ellos traían un buen ritmo de caminata.

Habiendo llegado al puente de donde se derivan las vías que conducen a Pueblo Llano y Las Piedras, nos cruzó una caravana de autos que coincidieron casualmente a nuestro encuentro...Y ¿Qué pasó? Que casi se me paraliza el corazón, cuando volví la vista, un poco indiferente, hacia la carretera. Vi un autobús pasar frente a mí, y allí iba aquella chica que el destino me había hecho conocer y perder...amiga. Era su espíritu, el que me sonrió. Sentí su presencia en cada paso que di. Sus caricias, en cada soplo del viento...Sí era ella...Lisbeth, la misma que despojó su condición humana, por voluntad del Creador y ahora inmortal, reía conmigo en los ratos de alegría, pero también lloraba, al verme hundido en la tristeza y depresión que causa la carretera, en medio de una profunda soledad, acompañada de fuerte lluvia y hambre. Razones estas más que suficientes para recordarla y seguirla queriendo, más allá de la muerte...¡Por ti amiga!

Estos fueron mis pensamientos, mientras veía perderse entre las curvas aquel autobús, mensajero del destino. No pude resistirlo y empecé a llorar, sintiéndome solitario y desconsolado, igual que lloraba en los brazos de mi madre cuando era un crío. No dejé que los muchachos vieran mi rostro húmedo. Caminé adelante lo más rápido que pude hasta que estuve más calmado. Me dio alcance Félix, que venía muy rápido. Juntos llegamos a la represa.

- ¡Oye Félix! - Hablé llamando su atención – ¿Cómo se llama esta represa?
- Es la represa General José Antonio Páez...¡Qué grande! ¿Verdad?
- Sí, es inmensa. Hay que ver las cosas que puede hacer un hombre: una represa gigante e ir caminando desde Mérida hasta Caracas.
A partir de ese momento no se dijo nada más. De hecho, Félix no hablaba mucho y francamente, yo tampoco quería hacerlo. Cerré mi chaqueta y apresuramos el paso para llegar hasta una alcabala de la Guardia Nacional que ya estaba próxima.

-¡Buenos días! Saludaba Alexander al comandante, para pedirle que firmara y sellara la hoja de nuestro registro de marcha.
-Caramba...ustedes sí las tienen bien puestas – Dijo el comandante-
- ¿Qué? – pregunté.
- ¡las pilas, hombre! Respondió él.
Riendo, me acerqué a la patrulla de nuestra escolta, que traía los medicamentos, pero Seniel se me adelantó con el bálsamo y la crema para el sol que yo también quería tomar. Esperé mi turno, bebiendo unos tragos de agua, recostado en la patrulla.

De nuevo listos y con mejores deseos, continuamos. Quise perseverar como buen escalador y me desprendí del grupo a los pocos kilómetros de la partida. Subí las cuestas como si me hubiesen adherido propulsores, saludando a los viajeros que también me saludaban. No quería distraerme porque me retrazaría. Solo miraba la carretera pasar bajo mis pies. A mi derecha, una gran cantidad de flores silvestres que perfumaban el esfuerzo. Una flor en especial me recuerda aquel día: la sutil y fina orquídea; símbolo de la majestuosidad y la victoria, con la cual nunca dejé de soñar, paso a paso, día a día.

En una capilla, recuerdo de una vida extraviada en la carretera, me dio alcance Félix, que no se resignaba a ser el segundo en el ascenso; así que marchamos hombro con hombro, con una misma idea en la cúspide de nuestro pensamiento...¡Llegar!

Las consecuentes curvas ponían un telón a nuestro cansancio para distraerlo; ya lo estábamos notando. Como todo esfuerzo tiene su compensación, sabíamos que estaba cerca la raya divisoria de Mérida y Barinas; así nos dijo el vigilante motorizado del próximo estado, que se había comunicado por radio con sus camaradas merideños:

-¡Hola! ¿Son ustedes los caminantes?
-¡Claro que sí!
-¿Son dos solamente?
- No, faltan tres que vienen atrás.
- Ya les falta poco para llegar a la raya. Allá los esperamos, porque aquí estoy fuera de mi jurisdicción.
- ¡Muy bien! Allá nos vemos.
Dicho esto se alejó en su motocicleta.

- ¿Viste Félix? Ya estamos a punto de pisar Barinas – dije- Dios mío, nuestro primer Estado, cruzado en unos minutos.
Estallé de alegría y estreché, tan fuerte como pude, la mano de mi compañero.

No había espacios para más pensamientos, porque en la raya empezaríamos el descenso hacia Barinitas, la tierra de Wasim; por esta razón, tumbamos nuestros cuerpos en un ritmo mucho más acelerado...Caminar y caminar, hasta que un letrero decía: “Bienvenidos al Estado Barinas”. Al verlo, di un gran brinco de felicidad y una gran sonrisa se dibujó en mi rostro. Mejor aún, fue el ver la patrulla de Transito de Barinas y la misma motocicleta que unos minutos atrás había venido a nuestro encuentro. ¡Qué felicidad! Rematé los últimos metros con paso de vencedor, pasando a Félix y llegando en primer lugar, por lo que le agradecí en silencio al Todopoderoso.

Había varios nativos del lugar, curiosos y sorprendidos por lo que sus ojos veían...unos muchachos viajando a pié.
-¿De dónde vienen? – preguntó uno de ellos.
-¡De Mérida!
Fue todo lo que alcancé a responder, porque caí como una hoja, para descansar, manteniendo los pies en alto contra la pared, mientras veía llegar al resto de mis compañeros: Seniel, Wasim y Alexander...¡Todos llegaron!
En una bodega de camino, que para nuestra conveniencia quedaba justo en ese sitio, almorzamos con refrescos, panes y salchichas, hasta saciar toda el hambre...que por cierto, era mucha.

Llegaba el momento por el que no queríamos pasar: despedir a nuestros amigos de tránsito de Mérida. Era inevitable. Expresamos en nuestros abrazos la mayor gratitud del mundo y algo mas...nuestra sincera amistad, que en tres días de gran labor se supieron ganar...¡Hasta luego!

Nuestros amigos también sintieron tristeza. Lo afirmo porque lo pude percibir. Sé que si hubiese estado en sus manos, nos hubiesen acompañado hasta la meta. De igual forma sintieron satisfacción al saber que habían cumplido con su misión...Los vimos alejarse. Al mirar como su auto se desvanecía en la carretera, también divisé las cercanas montañas que habían cobijado nuestra marcha por el páramo. Les grité en silencio: “Amigas, les prometo que llegaremos y volveremos para contárselo”. Esto me dio un poco de melancolía, pero...¿Qué más da? Debíamos seguir, Así que, motores encendidos y pies listos, continuamos. Marchábamos ahora juntos, intercambiando opiniones, al saber que podíamos señalar en el mapa nuestro primer Estado conquistado.

A partir de ese momento la marcha se hizo muy dura y solo pensábamos ¿Cuándo llegaremos? Mis zapatos empezaron a apretarme y mi garganta pedía agua a gritos. Cada uno sentía un peso encima y sin poderlo aliviar; solo hacíamos grandes esfuerzos por sostenernos, y por fortuna lo supimos hacer.
No lo olvido. Era un domingo, dos de agosto. Lo conformaron mis oídos, al pasar frente a una iglesia, en un caserío, y escuchar al sacerdote en su homilía dominical, a través de los parlantes que la pequeña capilla exhibía en su exterior:

“Pronto tendremos las primeras comuniones. A los padres les digo...no hace falta un lujoso vestido; basta con el espíritu bien dispuesto”. Fueron estas las palabras que escuché del presbítero cuando pasamos por allí; mismas palabras que me hicieron recordar mi infancia.
Después de dejar atrás la iglesia, junto a una breve oración, volví la vista hacia atrás y vi a Félix que venía muy próximo. Los otros tres se quedaron de nuevo, y dije: “Vente, vamos a darle duro; así tendremos un tiempito para descansar más adelante, en un sitio donde encontremos agua”. Dicho y hecho.
“Uy mi pana...lo que viene es agua” dijo Félix. Yo le respondí “Caramba...otra vez va a llover”- Él continuó- “Ni lo dudes. Yo no lo llamaría profecía, porque con este clima cualquiera es profeta”. A pocos metros de allí...¡El chapuzón!, pero con ropa...20 minutos de intensa lluvia, mas no con la suficiente fuerza para detenernos; ya estábamos acostumbrados.

A buen ritmo de campaña, en los predios de una venta de chorizos, nos detuvimos.
-Vamos a esperarlos.
-Era exactamente lo que te iba a decir.
Me senté y sentí como si mis piernas quisieran hablarme, pero no las quería escuchar, así que, antes de que lo hicieran, me puse a darles masajes.
-¡Mira! - Habló Félix – allá vienen.
-Respondí: Ya los veo...tan tranquilotes y hasta vienen riéndose...ojalá no sea de nosotros.
-Seguro que de ambos.
-No me resulta nada raro.

Alexander habló primero:
-¡Uy chamo...Ustedes como que traen un Turbo en el trasero!
-¿Porqué? Pregunté, haciéndome el despreocupado.
-Vienen muy rápido. A ese ritmo, pasado mañana estarán en Caracas.
¡Bah! No le hagas caso al Gorditus Mandoni.
Me pareció muy aburrida la conversación, así que opté por mirar la tiras de chorizos, que eran mucho más interesantes en aquel momento. Luego “Ya es hora de que marchemos”, refirió Alexander.
Sentí nudos en mis pernas. Al levantarme dolían mucho. En marcha progresiva, se fueron dilatando los dolores, al poseer de nuevo el calor de la actividad. Mis amigos, salvo Félix, venían en la cocina, que según nuestro código, significa: “Parte trasera de la carretera”.
La formación que traían los rezagados, se rompió, cuando Wasim quiso alcanzarnos y lo logró; por unos instantes estuvo con nosotros, auto-animándose y entusiasmándonos, diciendo en cada momento “Ya estamos cerca”. De verdad, le dábamos crédito porque era nativo de nuestra próxima meta. Nos cansamos de que dijera siempre lo mismo. Decidimos botarlo, y lo hicimos sin muchas contemplaciones.
Solos en la vía, Félix y yo, alcanzamos curvas, cruzamos recatas, y por último el triunfal ascenso... “Bienvenidos a Barinitas”.

-Dios mío, eres grande... ¡Vengan esos cinco, hermano querido! Exclamé, lleno de júbilo.
Por fin veíamos la culminación de nuestra tercera cruzada, después de casi 60 kilómetros recorridos. Decidimos esperar a los demás, mientras ajustaba mi reloj, para tomar el tiempo de delantera: exactamente 22 minutos. De nuevo estábamos juntos los vencedores de aquel día.
Wasim ya estaba en sus dominios. Muy gentilmente se había comunicado por teléfono con su familia, para preparar nuestra estadía en su casa. Antes de ir allí, pasamos por la comandancia policial, para sellar la hoja que certificaba nuestra entrada a Barinitas. Después de hecho esto, por fin a descansar.
-Pasen sin vergüenza alguna. Ésta es su casa también - dijo Wasim- Luego nos presentó a su hermano.
-¿Y tus padres? –preguntamos-
-Llegarán más tarde, porque fueron a visitar a un familiar a Pedraza. Pónganse cómodos.
No había terminado de decirlo, cuando ya estábamos sentados en la sala, quitándonos los zapatos , que parecían verdaderas esponjas.
-Bueno...lo primero será preparar la cena – dijo Alexander -.
Él era nuestro cocinero mayor, se había ganado ese título porque preparaba la comida en un santiamén...era admirable.
Aquella modesta y acogedora casa nos recibió y nos brindó su mayor hospitalidad, que bien merecida y gustosos compartimos aquella noche. Por último, llegó la hora más esperada: dormir. Lo hicimos en un mar de colchones, en el recinto del negocio del padre de Wasim...¡Qué placentero!




Capítulo III

1° de agosto de 1987

Despertaba el día y también nosotros. Desde mi colchón y aún con un poco de pereza, vi a Wasim darse masajes en las piernas, aplicando bálsamo. Me apresuré a hacer lo mismo, pensando en que sería de gran ayuda, y de verdad lo fue. Ya habiendo empacado todo, nos reunimos para despedirnos del comandante del puesto policial donde dormimos nuestra primera noche:

-Hasta luego comandante y ¡Muchas gracias!

El por su parte nos felicitó y nos dio ánimo para seguir adelante. Llegaron al sitio los vigilantes de Tránsito terrestre que eran nuestros escoltas:

- ¡Vamos muchachos!
Fue de esta forma como iniciamos nuestro segundo día, después de lanzar al aire nuestro grito de guerra...¡Victoria y Gloria! Y echamos a andar.

Salimos del pueblo, y de nuevo el encanto de esos lindos parajes andinos me volvieron a arrullar. Sentí que mi espíritu se regocijaba en cada flor y volaba desbocado por la montaña. El cielo era tan limpio y azul como nunca antes lo había visto. Esa refrescante brisa que aún no he podido olvidar, como tampoco los rostros de mis compañeros, complacidos por tan lindo escenario.

Después de unas horas llegamos a Mucubají. Si no hubiese pasado por allí no lo hubiese creído. Mi sentido común confirmaba lo que mis ojos veían...Un verdadero paraíso, digno de un cuento de hadas: los verdes árboles, escasos pero rebosantes de frescura; la neblina que me hacía sentir en el cielo, confundida con el blanco de la montañas, minadas de frailejones; la proximidad de aquel riachuelo que viajaba a la laguna...Y en medio de aquel dulce delirio cubríamos el descenso.

Felix, Wasim Y Seniel tomaron la delantera. Yo me quedé con Alexander. Caminábamos al tiempo que discutíamos diferentes temas. Los minutos pasaban volando y cielo se oscureció anunciando una tormenta, y en efecto, llovió, nos mojamos y seguimos, ya que nuestro buen humor era a prueba de agua.
- ¡Colón, Colón...Colón, Colón..Ay Cristóbal Cristobalito!.
Era nuestro satírico himno, que cantábamos con frecuencia, siempre que queríamos reírnos un poco. Un cantar con voz cordillerana, que daba pié a Wasim para inventar un millar de morisquetas, chistes y situaciones que siempre representaron un descanso para nuestros oídos, pasmados por el frío, y un rico pan para el espíritu, hambriento de victoria; pensamiento que hacía más fuertes los cinco eslabones de aquella cadena humana en la que nos convertimos.

Para nuestro alivio, el terreno que transitábamos era todo en descenso. Paso a paso se secaba nuestra ropa. Los estómagos vacíos nos hacían ir cada vez más rápido, con la promesa de una rica comida en nuestra próxima parada. Entre tanto, todos los inconvenientes parecían un leve cosquilleo, una vez que nuestras piernas cobraron nueva fuerza, al enterarnos de la proximidad de nuestra segunda estación.

-¡Epa compadre Juan Carlos! Gritó Wasim.
-¡Dígalo no más, compadrito! Repliqué.
-Pues parece que ya vamos llegando a Santo Domingo.
-Si me huebiera traído mi pollinito...ya hubiéramos llegado.

Sinceramente, yo no podía aguantar la risa y estallaba en carcajadas, al punto de hacerme soltar lágrimas. Al verme, Wasim no me dejaba recuperar la calma y volvía a la carga:

-Vamos a ver que dice Vigotis Duritus (nombre científico que dimos a Félix)...¡compadre Félix!...¡Oh compadre!
-¿Qué te pasa chamo? Contestaba Félix, apático y despreocupado.

Al ver su actitud le respondíamos en actitud un tanto burlesca, pero sin fines de dañar...pura diversión.
El suave viento movía las copas de los árboles, haciéndoles rendir tributo con las gotas de agua, adquiridas por la lluvia, ya nos traía el olor a pueblo, y nuestro espíritu, complacido por tan brava gesta, casi concluida en su segunda etapa, deliraba, adormecido por el éxtasis del cansancio bien logrado.

Después de una larga pendiente, delimitada por potreros a izquierda y derecha, casi alcanzando una curva, Wasim, nativo de Barinitas y que conocía el terreno a ojo de cubero, no dice:
- Ya está listo. Nos quedan menos de dos kilómetros.

Fue la mejor frase que escuché en todo el día y el súper incentivo que nos hizo olvidar todo para llegar casi volando:

-Muchachos, vamos a esperar al Gorditus Mandonis (nombre científico que dimos a Alexander) para entrar juntos a Santo Domingo.
-¡Seguro! Dije. En un minuto ya estaba con nosotros Alexander, listo para entrar al pueblo.

-¡Uy chamo, vengo que boto los pies! Dijo el profesor.
Yo referí “creo que tengo una ampolla en el pié derecho”. Por su lado, Seniel dijo:
- ¡Caramba, como que me va a dar gripe! Luego estornudó, frotando sus ojos.
Sí, con una sarta colectiva de quejas, caminamos hacia la comandancia donde nos correspondía descansar nuestro segundo cansancio.

- ¡Buenas tardes!
- ¡Buenas! ¿Qué se les ofrece?
- Con el comandante, por favor. Tomó la palabra Alexander.
- ¿De parte? Refirió el agente policial.
- Dígale que somos los caminantes que venimos de Mérida.
- ¡Ah!...Pasen.
- ¡Permiso, buenas tardes!...De nuevo Alexander.
- ¡Buenas! Entonces ustedes son los que vienen a pié desde Mérida.
- ¡Sí comisario!
- Siéntense muchachos, que traen cara como de cansados.

Todos nos miramos y reímos, sabiendo que contábamos, en primer lugar, con el buen humor del comisario. Alexander, otra vez tomó la palabra:
- Nosotros venimos de Mucuchíes. Partimos esta mañana. Traemos con nosotros una carta del comandante de las Fuerzas Armadas Policiales del Estado Mérida, dirigida a todos los comandantes de puestos, agradeciendo anticipadamente toda la colaboración que nos puedan brindar.
- Sí. El comandante de Mucuchíes me llamó para explicarme. Me dijo que ustedes necesitaban hospedaje y comida. Pueden dormir en la cuadra de los agentes. Justamente hay cinco vacantes. También tengo una cocina donde pueden preparar su cena, si ustedes se ponen de acuerdo.
- ¡Claro comisario! Y Gracias por su colaboración.
- Vamos entonces para ubicarlos.
- ¡Vamos!

Sentí un gran alivio y sé que mis compañeros también, al saber que ya teníamos un lugar seguro y más que seguro, para descansar la segunda faena bien culminada ¡gracias a Dios!

- Pasen, dijo el comisario. Es por aquí. En este cuarto hay cuatro camas desocupadas. La quinta cama es para el agente encargado de la radio; él tiene guardia esta noche y de vez en cuando se da un descanso. El caminante que falta por cama, puede dormir en la parte baja de una litera que hay en mi cuarto. ¡Ah! Y el baño está allí mismo y tiene agua caliente...Si es que quieren bañarse.
- ¡Gracias! Y no se preocupe que nosotros nos acomodamos.

Nos apresuramos a descargar nuestros maletines y en medio de caprichosos lamentos nos quitamos la ropa mojada...toda. Félix fue el primero en disfrutar de un confortador baño de agua tibia; luego Seniel, Wasim, yo, y por último Alexander, que quería tener la ducha más prolongada.

Busqué en mi maletín ropa seca y de súbito recordé que solo empaqué franelas, bendaje, medias y una pieza de ropa formal, para nuestras diligencias en Caracas.

- Caramba, Qué buena memoria la mía –dije-. ¡Wasim, panita! ¿Tienes un pantalón seco, aunque sea sucio, para que me lo prestes? Solo traje uno y ya lo ves...está empapado.
- ¡Claro! –respondió Wasim- Busca en mi maletín y toma el marrón; está limpio.
- ¡Gracias hermano! - respondí complacido –
Terminé de vestirme y Alexander llamó mi atención para decirme: “Hay que buscar lo de la comida”.
Era un poco desagradable para nosotros pedir colaboración al público, específicamente a la gente del comercio, pero era nuestro mejor recurso, además de las improvisadas obras de teatro que presentábamos en las plazas, también para recaudar fondos. No teníamos un financiamiento oficial, solo la buena voluntad del comandante de policía y de los modestos habitantes de aquel pueblo. De esa manera fue que pudimos cenar aquella noche y conseguir algo de dinero para el desayuno del día siguiente.

Sucedió algo aquella noche que me llenó de tristeza: todos nos pusimos en contra de Alexander y su autoritarismo, pues nuestra condición de juventud hizo que rechazáramos todo indicio de presión. Él siempre quería hacer las cosas a su manera. No siempre estábamos de acuerdo. Conversamos bajo la premisa de la sinceridad, pero esto trajo como consecuencia algunas heridas. Fue por una buena causa.

10:30 PM. Ya estábamos reunidos para dormir. El primer cuarto sería para Félix, Wasim y Alexander. A Seniel y a mí nos correspondió la otra habitación; una sola cama, pero el cansancio nos permitiría dormir muy a gusto. ¡buenas noches!